Quim Torra se queja amargamente de que Pedro Sánchez no se ponga al teléfono. Y Pedro Sánchez advierte que no lo hará mientras Quim Torra no condene de forma clara y contundente la violencia, no la universal, sino la de los suyos ¿De qué querrá hablar el presidente de la Generalitat con el presidente en funciones del Gobierno central con tanta urgencia en plena crisis de seguridad por los altercados provocados como protesta por la condena de los dirigentes del procés?

Torra podría pedirle a Sánchez que ordenara el repliegue de la Policía Nacional desplegada en apoyo de los Mossos, por considerar el presidente que dichas unidades son las culpables (por su uso de pelotas de goma) de la reacción violenta de los pacíficos manifestantes que se enfrentan a la policía autonómica. La petición no vendría avalada por el consejero de Interior, que cada día se felicita de tener el apoyo de la Policía y del ministerio del Interior que, por su parte, es el principal avalador de la acción de los Mossos. Sería una llamada rara, con Sánchez elogiando a la policía de la Generalitat y Torra criticando a su consejero. Una pérdida de tiempo y una intromisión inaceptable de Sánchez en las cuestiones internas del Gobierno de la Generalitat.

Torra tal vez quiera hablar con Sánchez para agradecerle que en estos momentos en los que PP, Ciudadanos y Vox le exigen al presidente en funciones y candidato socialista la puesta en marcha de medidas excepcionales contra la Generalitat, a cual más desastrosa para Cataluña, éste se resista a cuenta, probablemente, de algunos diputados de menos. Este detalle emocionaría a Sánchez hasta ceder algunas lágrimas por tanta solidaridad de quien ha venido proclamando la confrontación con el Estado y la desobediencia como métodos de solución del conflicto político. De todas maneras, para provocar estas lágrimas de agradecimiento en su interlocutor, bastaría con que se retractara públicamente de su “apretad, apretad”.

No hay que descartar que las prisas de Torra para contactar con Sánchez entre fogata y fogata en las calles barcelonesas respondan a la existencia de una iniciativa novedosa para reanimar un diálogo suspendido por falta propuestas realistas. La novedad no podría ser otra que la anunciada recientemente por el presidente de la Generalitat en el Parlament ante la incredulidad de sus propios diputados: la repetición de un referéndum legalmente prohibido. Visto que en la resolución pactada entre JxCat, ERC y CUP como respuesta a la sentencia ni siquiera se contempla la sugerencia de Torra, Sánchez podría verse envuelto en una conspiración de Torra contra los suyos, lo que sería muy contraproducente para él, ferviente defensor del diálogo entre las fuerzas políticas catalanas.

La llamada telefónica podría ser un simple movimiento de despiste de Torra para recuperar cierto protagonismo, vía victimización. El presidente está solo, con el apoyo en la distancia de Carles Puigdemont. En el Parlament, los suyos no le hacen caso y el resto le pide la dimisión; en la calle, muchos independentistas le critican por el papel de los Mossos en la batalla por restablecer el orden y en el Gobierno no tiene la fuerza suficiente para cesar a Miquel Buch, el responsable de la supuesta desviación de los Mossos, antaño héroes de la revolución de las sonrisas y hoy simples lacayos de la represión del Estado.

El Gobierno de Sánchez no le considera interlocutor válido e incluso Pablo Iglesias le pide la dimisión; Albert Rivera y Vox lo quieren ver en la cárcel, y Pablo Casado, como poco, cesado; la CUP y los CDR no se lo creen, la alcaldesa Colau le planta por no ver claros sus propósitos, y JxCat y ERC quisieran pasar página cuanto antes de la triste experiencia con unas elecciones de renovación. La batalla de todos contra Torra ha comenzado y él se pregunta por qué el presidente del Gobierno central en funciones no le descuelga el teléfono.