Hay ocasiones en que, a la vista de tanta memez, uno sentiría cierta sensación de alivio si pudiese abofetear a pares hasta que salga impar a buena parte de los políticos en cuyas manos están nuestros destinos. Decir que a todos sería una afirmación políticamente incorrecta y rayana con el nihilismo en tiempos de turbulencia e incertidumbre. La pasada moción de censura de Vox sería uno de esos momentos, aun admitiendo que cada cual tiene sus manías y que nadie esté obligado a caer bien a todo el mundo.

Pero la impresión de lo visto no resulta precisamente alentadora: empuja hacia la tristeza y probablemente aleje un poco más al Parlamento de la realidad e inquietudes de la gente. Tal vez lo único claro que ha salido de esto es la exaltación a los altares de Yolanda Díaz, que presentará su plataforma Sumar el próximo 2 de abril, curiosamente día mundial de la gelatina, esa cosa semisólida, insulsa, amorfa y quebradiza.

Lo mismo podría decirse de la forma en que el Govern de la Generalitat está abordando el problema de la sequía, centrifugando culpas y responsabilidades hacia ayuntamientos y resto de partidos. Falta pacto, por no apelar al manido consenso como solución a los grandes problemas comunes, y sobran ocurrencias mientras escasean las ideas, al menos en la Administración catalana. Solo falta confiar en la divina providencia: el director de la Agencia Catalana del Agua (ACA), Samuel Reyes, se descolgaba ayer con la brillante afirmación de que “hay que pasar esta sequía como podamos”. Quizá haciendo rogativas o peregrinando de rodillas a Montserrat, a la espera de que lluevan incluso inversiones.

Curiosa coyuntura esta en la que coincide la sequía con una amenaza de tormenta financiera, mientras estamos enfrascados en una eterna campaña electoral que al final se resolverá bajo la égida del pacto, tanto en las municipales como en las generales. Si el PSOE necesita a Podemos, Sumar o lo que sea a su izquierda, el PP requiere de Vox a su derecha. Es cuestión de sumas en todos los casos. Y el de Barcelona es especialmente llamativo, por su dimensión y lo que puede significar como laboratorio. Merece la pena detenerse en ella, sobre todo cuando vemos que el equipo municipal se dedica a inaugurar obras que no están terminadas, como la Superilla de Consejo de Ciento, básicamente porque la ley electoral prohíbe “cortar cinta” inaugural a partir del día 5 de abril.

Tenemos una campaña municipal barcelonesa con rasgos curiosos, particularmente en lo que concierne a la relación marca/candidato. Si nos atenemos a las cuatro fuerzas principales, se aprecia, de un lado, la presencia de dos marcas: PSC y ERC, cuyas siglas pesan sustancialmente más que sus candidatos, Jaume Collboni y Ernest Maragall; de otro, dos aspirantes, Ada Colau y Xavier Trias, con un peso muy superior al de las formaciones que los respaldan. Los comunes apenas serían nada sin la alcaldesa y Junts puede restar tanto a su candidato que hasta prescindirá de sus siglas. Esto explica en buena medida la polarización de la campaña entre ambos, con la diferencia de que una está en el poder y el otro tratará de desplazarla.

Es difícil prever como se desarrollará la noche del 28M. Será noche de los teléfonos y las ofertas de pacto cruzadas. Será determinante ver en qué condiciones, mejor aún, en qué orden cruzan la meta electoral estas cuatro formaciones. La idea socialista de “una nueva etapa” suena demasiado a continuidad de una gestión de la que su candidato ha participado. Tal vez sería preciso apostar por un “cambio” de rumbo y orientación que permita superar el estado de malestar latente en muchos sectores. Pero ello exige también capacidad de transmitir ilusión y emoción, habilidad de enamorar al elector con propuestas valientes, incluso arriesgadas, ensambladas en una estrategia coherente que, al menos hoy por hoy, desconocemos si el PSC la tiene guardada bajo siete llaves o en una caja fuerte. Pero el tiempo pasa inexorablemente y de momento sólo se ve como se evapora rápidamente cada nueva iniciativa lanzada.

Será determinante ver cómo cruzan la meta los cuatro partidos fundamentales en liza: es obvio que no será lo mismo cómo queden situados Comunes y PSC. Si los primeros se llevan el gato al agua, y teniendo en cuenta lo que anuncian las encuestas en el sentido del descuelgue de ERC, la tentación de un tripartito estará de inmediato sobre la mesa de negoción de cualquier pacto. Si se imponen los socialistas en el bloque de la izquierda, tal vez Jaume Collboni pueda aspirar a dejar de ser el eterno candidato a primer teniente de alcalde. O a seguir siéndolo con un acuerdo del perfil de la llamada sociovergencia que nunca existió si Xavier Trias llega en primera posición, para lo cual el exconvergente tendrá que lograr a su vez mantener la cohesión en ese bloque de rechazo que rezuma hartazgo de la labor municipal de estos años.

Apenas quedan dos meses y una Semana Santa de ocio por el medio. Las elecciones se ganan voto a voto. Aunque sería una bendición que llueva y mucho, esperemos que no lo haga precisamente el 28 de mayo, porque la abstención es un valor refugio para los comunes, que están haciendo una campaña más activa que el resto. Su voto parece consolidado, mientras que el del resto se asemeja a un magma indescifrable, pura gelatina para intentar sumar.