El llamado juicio del procés no está generando aquella crispación y movilización que se anunciaba. El día a día de Cataluña, especialmente de Barcelona, va más allá de lo que acontece en el Tribunal Supremo. Diversas serán las razones que alimentan este alicaído ánimo ciudadano, desde el mismo cansancio al protagonismo que van adquiriendo las elecciones legislativas del próximo 28-A. Y también, por lo menos es mi caso, la tristeza por lo innecesario de esta especie de tragedia que vivimos. Ver a toda nuestra reciente cúpula política en el banquillo, al margen de responsabilizar a unos u otros, es la constatación de un enorme fracaso colectivo. Que tendrá graves consecuencias.

Mirando dicho banquillo, me llama la atención que todos sus ocupantes representen al país más tradicional, lo que viene a denominarse la Cataluña interior. No veo a nadie que encarne la de matriz española ni, tampoco, persona alguna de la llamada burguesía barcelonesa.  Y ello me lleva a dos consideraciones.

La primera, la insensatez de pretender una ruptura como la que, de una u otra manera, representa el procés. No sólo por el quebrantamiento del ordenamiento legal sino, aún más, por llevarlo adelante contando tan sólo, y como máximo, con la mitad de los catalanes. Y, además, con dos mitades enfrentadas que responden, en buena parte, a orígenes y perfiles sociológicos bastante diferentes, lo cual alimenta aún más la fractura entre unos y otros.

En el caso escocés, los porcentajes a favor o en contra de la independencia eran bastante homogéneos en todos sus consejos. En el caso de Catalunya, el apoyo a la independencia varía enormemente entre comarcas, pudiendo superar el 80% en localidades del Osona mientras que, a tan sólo 20 minutos en coche, se encuentran poblaciones del Vallés donde puede no llegar al 20%.

La segunda, la desaparición de la burguesía barcelonesa de la política catalana. A ninguno se le ve en el banquillo del Supremo, pero sí aparecieron cuando se trataba de estimular el procés. Es más, destacados políticos, empresarios, académicos y opinadores de dicha clase social se hallan entre los más responsables del desastre. Particularmente, creo que su responsabilidad ética es superior a la de los acusados. En cualquier caso, hay que reconocer su enorme capacidad para estimular la deriva y, hoy, hacer que no va con ellos.

Confío que ya sea por una sentencia suave o por la vía del indulto, los procesados recuperen pronto la libertad y empecemos a reparar fracturas. Sin banquillos ni acusados, pero con el coraje necesario para no mirar hacia otra parte. Casi nada.