Si el cálculo de los precios de la energía evidenciaba lagunas, ahora con el encarecimiento producido por la invasión de Ucrania, las lagunas se han convertido en océanos. Los gobiernos europeos han creado un sistema de precios que pretende “educar” a sus ciudadanos y empresas haciéndoles ver que la energía verde es más barata que la que contamina. Pero ahora las lecciones nos salen demasiado caras.

Cerca del 60% del precio de la energía son impuestos y lo mismo ocurre con el de los combustibles. Ahora que se dispara el precio en origen no tiene ningún sentido que los impuestos se mantengan como un porcentaje del precio total, porque amplifican aún más la escalada. Pónganse unos impuestos fijos y una tasa fija por las emisiones de CO2, limítense los precios, compensando a los productores afectados, que no son tantos, o invéntese cualquier mecanismo que ponga un tope a los impuestos y olvidemos por un tiempo la doctrina y, sobre todo, el adoctrinamiento.

Los ciudadanos europeos no deben autoflagelarse por usar gas, carbón o energía nuclear un año o dos más de lo previsto en la agenda verde. Si no llegamos como queríamos en el 2030 llegaremos en el 2032. En ningún caso se contemplaba un escenario bélico como el actual y hay que adaptar las normas a la realidad. El escándalo de las trampas para reducir las emisiones de los automóviles que ha precipitado la adopción de una tecnología inmadura hunde sus raíces en acatar una normativa imposible de cumplir a un coste razonable. Europa es experta en tirarse tiros en el pie.

Adicionalmente, el sistema de subastas diario es poco comprensible pues el precio mayorista para todos los productores lo fija la energía más cara. En el extremo, un ciclo combinado de gas fija ahora un precio absurdamente alto para la energía producida por un salto hidráulico o un aerogenerador. Cuando todo se tranquilice ya volveremos a ser más papistas que el Papa, pero primero aseguremos un mínimo bienestar, de lo contrario los políticos perderán el soporte de la población por mucho que los gobiernos tengan a todos los medios de comunicación engrasados y parezca que están a su favor.

Aunque en España ya huele a primavera, a pesar los actuales días invernales, en el centro de Europa aún quedan semanas de frío, y no sabemos qué pasará el otoño que viene. Hay que reforzar la autonomía energética de Europa y, curiosamente, España, tradicional importador de energía, puede jugar un papel importante si no cometemos más errores. Es evidente que tenemos sol para aburrir, luego podemos hacer más parques fotovoltaicos que nadie. Tenemos un país extenso y con zonas muy poco pobladas, lo que nos permite instalar más aerogeneradores.

Y aunque no tenemos gas podemos ser una de las puertas del mismo para toda la Unión Europea, con el permiso de Francia. Estamos conectados con Argelia a través del gasoducto MedGaz, aunque Marruecos lo tiene cortado por sus problemas con Argelia, y con España. ¿Nadie de la Unión Europea o de Estados Unidos puede decirle algo a Marruecos?. Además el 40% de las plantas regasificadoras de la Unión están en España y tenemos también el 40% de la capacidad de almacenamiento de Europa, es decir, podemos dar entrada a gas licuado de cualquier lugar del mundo, gasificarlo, almacenarlo y enviarlo a Europa cuando sea necesario. Para eso solo hay que mejorar la comunicación con Francia, una necesidad imperiosa para Europa con o sin guerra.

Precios más racionales y menos dogmáticos y gas del mundo para Europa a través de España. Hacerlo es posible, solo es necesario tenerlo claro y ponerse en ello. La visita sorpresa de la presidenta de la Comisión Europea a Madrid no es una mal síntoma, especialmente porque el presidente del Gobierno estuvo acompañado de las vicepresidentas económica y de transición ecológica. Se habló de economía y no de tropas.

La guerra pasará pronto, esperemos, pero una previsible victoria rusa llevará a un escenario de bloqueo continuado con importantes consecuencias económicas. Aislar a Rusia durante años prescindiendo de su gas, su petróleo, sus materias primas y sus cereales, y los de la previsiblemente ocupada Ucrania, es una amenaza muy seria para la prosperidad de una Europa frágil que no puede permitirse una recesión, so pena del crecimiento descontrolado de populismos de todo tipo que sumiría a Europa en un escenario de ingobernabilidad y fragmentación, quién sabe si el perseguido por quien ahora invade a su vecino.