Pactos, pero no entre partidos con motivo de las elecciones, sino entre agentes sociales. Los indicadores apuntan a como poco un frenazo en el crecimiento, y las empresas comienzan a avisar de sus necesidades de transformación, cuando no de ajuste. No se trata de mejorar los beneficios, sino de garantizar la competitividad e incluso la supervivencia empresarial en el medio plazo.

En automoción, los cambios estructurales derivados del cambio de motorización van a implicar enormes necesidades de inversión, un replanteamiento de dónde es más conveniente fabricar y un auténtico terremoto en el mundo de los proveedores. Nissan ha comenzado a negociar un necesario ajuste de plantilla para poder garantizar inversiones que aseguren su competitividad futura. El presidente de SEAT y del grupo Volkswagen en España lo ha dicho muy claro, va a pelear por traer inversiones millonarias a las plantas españolas, pero necesita planificar para 15 o 25 años, no durante la vida de un solo Gobierno. Llevamos siete meses consecutivos de caída de ventas de automóviles, y España no es una excepción. En cuestión de meses veremos a más fabricantes negociando nuevas condiciones con sus trabajadores, eso sin contar con lo que espera a un buen número de proveedores, bastantes de ellos abocados a ajustes muy importantes cuando no al cierre de plantas.

Los bancos invierten millonadas en digitalización y en nuevas tecnologías, pero en paralelo tienen que ir ajustando su capacidad instalada (es decir, cerrando oficinas). Las cadenas de distribución tienen que competir con la pujanza del comercio electrónico y veremos cierres de bastantes tiendas físicas. Hemos visto, y seguiremos viendo, la lucha sin esperanza de los taxistas contra Cabify y Uber y hasta las televisiones tienen que aprender a competir con Netflix.

Vivimos, y viviremos, tiempos de cambio que requieren negociación. Entre 2010 y 2012 las cosas se pusieron muy feas y hay que reconocer que todo el mundo estuvo a la altura. Se mejoró mucho la flexibilidad, se lograron ayudas y se rompieron tabús como la indexación automática de los salarios a los incrementos del IPC. Empresas, sindicatos y gobiernos (central y autonómicos) hicieron bien las cosas. Gracias a ese esfuerzo común se salió de la crisis. Ahora toca ponerse de nuevo el traje de faena.

Los políticos están de campaña y nadie quiere hablar de problemas reales porque no captan votos. Por el contrario, se habla de revertir los recortes, de mejorar las condiciones salariales, de suavizar la reforma laboral y de bajar impuestos. Ojalá fuese posible. El Banco Mundial lo dijo a comienzos de año, los cielos se están oscureciendo y el FMI acaba de rebajar las previsiones de crecimiento para España. Es necesario aprovechar el tiempo. Las empresas más previsoras han comenzado a moverse en la dirección correcta, pero además de las actuaciones que acometan las empresas responsables hay que reformar en profundidad el sistema eléctrico, actualizar la reforma laboral, atraer inversiones, mejorar la educación técnica, reciclar trabajadores, impulsar el transporte ferroviario de mercancías, tener una visión a medio plazo del salario mínimo, planificar procesos de desarrollo territorial, definir una política migratoria... eso, y mucho más, deberían ser deberes en la agenda de los políticos que ahora no les apetece afrontar. Esperemos que cuando menos no pierdan mucho tiempo en tacticismos que alarguen innecesariamente la formación de nuevos gobiernos tanto en Madrid como en las autonomías que van ahora a las urnas.

En 2007, antes de la crisis anterior, la deuda pública era el 35,6% del PIB, ahora es el 97,2%. La tasa de desempleo era del 8,8%, ahora del 14,3% con más empleo parcial y precario y menor salario efectivo medio. La hucha de las pensiones ha pasado de tener 67.000 millones de euros a poco más de 1.000.  No tenemos margen de error. Cada día que pase sin que nos pongamos manos a la obra se traducirá en cuestión de meses en recortes al ya maltrecho Estado del bienestar, más deuda y, en definitiva, problemas para las finanzas públicas pero, sobre todo, para las personas. Sin duda las pocas empresas que ya están ahora manos a la obra tienen mucho ganado. Ojalá sus sindicatos y las administraciones lo entiendan y apliquen la misma responsabilidad que hace unos años. Aunque el presente todavía no es malo es necesario ocuparse, y mucho, en el futuro para que no tengamos que preocuparnos de verdad en cuestión de meses.

En España somos expertos en llegar al abismo y evitar caer en él. Entramos en el euro por los pelos y el rescate financiero de 2012 implicó menos ajustes que los que tuvieron que hacer en Grecia o en Portugal. Ahora que ya se ven señales claras de cambio no deberíamos esperar a que se transformen en malas noticias para ponernos manos a la obra, con o sin gobierno.