Llega a mis manos el último comunicado del autoproclamado Consell per la República. Lo leo y no acierto a comprender cómo personas presuntamente inteligentes, y con una cierta cultura política, lo suscriben y se dejan fotografiar sonrientes flanqueando a Carles Puigdemont. Que lo hagan Toni Comín, Aurora Madaula o Antoni Castellà tiene una cierta explicación pecuniaria, otros, que se sepa, no tanto.

Uno tiene la sensación de que en el microcosmos de Waterloo se vive de espaldas a los cambios que acontecen tanto en España como en el mundo. Para los habituales del chalet todo sigue igual, aunque Pablo Casado haya dejado paso a Feijóo en la presidencia del PP, a pesar de que en la política francesa pueda saltar la sorpresa, de que Zelenski hable de Guernica o que Marruecos vuelva a ser un buen vecino. Para los que moran en el chalet todo es secundario excepto lo suyo.

Ademas, hay consigna: lo que acontece en la guerra de Ucrania mejor no abordarlo. Tras el putinesco resbalón de los Alay and company, se impone hacer mutis por el foro. Es mejor vegetar en el limbo de los mantenidos a la espera de que los electores fieles sigan depositando religiosamente su voto en la urna. Así las cosas, a los de Junts les importa poco que en el Parlamento Europeo les miren de reojo. Aducen que, si le cierran el micrófono a Toni Comín o a la belicista Clara Ponsatí, es porque en Bruselas hay una mano negra que mueve los hilos para fastidiarlos.

Releo la declaración política del Consell per la República y llego a la conclusión de que los Waterloo quieren condenar a sus seguidores a vivir entre las paredes de un terrario. Sí, en un espacio cerrado y acristalado en el que sea factible recrear y reproducir, de manera tan artificial como sentimental, las condiciones de un momento emocional específico, de un momento que, en su día, algunos identificaron como un viaje colectivo a Ítaca.

En este terrario político que ha dispuesto la camarilla de Puigdemont se critica, sin rubor, a los partidos (por supuesto, y sobre todo, a los independentistas) por su incapacidad para definir estrategias en pos de la autodeterminación; se propone retornar a los tiempos del 1-O y a pasar de la resistencia a la confrontación; se sataniza la mesa de diálogo con el Gobierno español y se prodigan los zascas contra Aragonès y ERC. En conclusión: una vuelta a la Edad de Bronce del procés. Nos quieren meter de nuevo en el túnel del tiempo para repetir errores y horrores.

La vida de un hombre acostumbrado al verso libre puede devenir muy complicada si se le pretende confinar en un terrario. Quizás por ello el secretario general de Junts, Jordi Sànchez, da un paso al lado y abandona el cargo. Lo hace sin excesiva estridencia, no sin antes sugerir que el universo independentista debe consensuar un mínimo común denominador. Sostiene Jordi Sànchez que, para poder plantear con solvencia tesis ante el Estado, es imprescindible una unidad de criterio que hoy no existe. Se va reclamando un espíritu de grupo por encima de los múltiples y variados proyectos personales que cohabitan en Junts.

Pero por mucho que Laura Borràs, Jordi Turull, Albert Batet y tutti quanti se empeñen en introducir a los catalanes en la lógica del terrario político pergeñado en Waterloo, hay liderazgos que se desvanecen y movimientos que tienden a contradecirse y diluirse. Corren tiempos líquidos.