Que el PSC es corresponsable del desaguisado de la inmersión es sabido por todo aquel que quiso oír hace décadas las denuncias que algunos hicieron, sin mucho éxito, contra la política lingüística de los primeros tiempos pujolistas de la normalización y, más tarde algunos más, contra la política lingüística aún más agresiva del tripartito. Que el PSC ha entonado un discreto mea culpa es sabido también por todo aquel que ha escuchado a Salvador Illa en sus puntuales y contadas declaraciones sobre las ventajas del bilingüismo. Nunca es tarde...

Ahora que parecía que los socialistas catalanes habían encarrilado su discurso por el camino amplio de la pluralidad, la convivencia y la tolerancia, los sindicalistas afines de la UGT van y se presentan en una manifestación ultra e hispanófoba a favor del monolingüismo y la represión cultural de los derechos educativos de ciudadanos catalanes castellanohablantes. Paso atrás.

Pero no queda ahí la incoherencia. Un nuevo episodio ha recordado que el PSOE sigue siendo una cuna de políticos infantiles, fascinados aún con el mito del nacionalismo antifranquista. Felipe Sicilia Alférez, diputado en el Congreso por Jaén y portavoz de la Ejecutiva Federal del PSOE, ha declarado que su partido defiende el modelo de inmersión porque ha sido un éxito. ¿Qué habrá pensado Illa? Aún más, Sicilia ha asegurado que los niños de Cataluña conocen mejor el castellano que los de otras autonomías. Es posible que sus razones estén fundamentadas en los incomparables (sic) resultados de Pisa o de las notas en las pruebas de acceso a la universidad.

La primera conclusión que podemos extraer de las palabras de Sicilia es evidente: el sistema educativo en algunas autonomías es un absoluto y rotundo fracaso. ¿Cómo es posible que con sólo dos horas de castellano a la semana en Cataluña se aprenda mejor esta lengua que con 20 horas? Urge exportar el modelo de inmersión, urge destinar a los magníficos docentes catalanes a esas autonomías tan deficientes. ¿Por qué no interviene el Gobierno central las competencias educativas de esas fracasadas autonomías? ¿Prevarica si no lo hace? O ¿Sicilia está pidiendo la dimisión de la ministra de Educación y, de paso, está reprobando a la otrora ministra y ahora embajadora vaticana Isabel Celaá?

Todo es más sencillo. Ignora Sicilia, a sabiendas o no, que la inmersión no es únicamente un asunto lingüístico sin más; es sobre todo un proyecto ideológico nacionalista con el que se ha pretendido imponer una cosmovisión unívoca, cuatribarrada y estelada para más señas. No hay un problema con las lenguas, por supuesto que no. Hay un gran problema con un movimiento hispanófobo etnolingüístico que ha convertido la Generalitat en una narcosala. Después de tres largas décadas, la politización que los nacionalcatalanistas han hecho de las lenguas ha hecho mella en la convivencia. La relación entre procés e inmersión es más que evidente, ¿o aún no?

De la izquierda reaccionaria de los comunes es de esperar afirmaciones en contra del derecho a la enseñanza en una de las dos lenguas mayoritarias en Cataluña, pero sorprende que lo diga también un socialista andaluz, policía nacional en excedencia. Las declaraciones de Sicilia son puro negacionismo, ese terraplanismo que tanto ha alimentado la resurrección del nacionalismo español y que ahora está contribuyendo, y de qué manera, a su consolidación. Después vendrán los lamentos. Sicilia, sapere aude.