A la revolución de las sonrisas le ha brotado la calentura de la violencia. Ese herpes labial que emborrona el rostro se estaba incubando desde hace tiempo. Después de los días aciagos del otoño del 2017, hubo violencia nocturna para responder a la detención de Carles Puigdemont en Alemania y el intento de asalto al Parlament por los CDR, pero la línea roja se cruzó con la reacción condescendiente, cuando no de justificación descarada, tras las siete detenciones por la Guardia Civil de activistas enviados después a prisión por la Audiencia Nacional acusados, entre otros delitos, de tenencia de explosivos. La condena tibia y tardía a los gravísimos incidentes violentos vividos en Barcelona y en las otras tres capitales catalanas hace unos días es solo la consecuencia lógica de lo que se veía venir.

Ante la rabia por la sentencia del Tribunal Supremo y la frustración por un movimiento que no va a ninguna parte, cada día se levantan nuevas voces justificando la violencia o anunciando enigmáticas nuevas acciones que pueden contener el germen violento. El abanderado del pacifismo y de la desobediencia civil, Jordi Cuixart, acaba de declarar que las manifestaciones ya no son suficientes y la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, ha apelado también a ir más allá. La creación de un organismo misterioso como el llamado Tsunami Democràtic, promotor abierto de la ocupación del aeropuerto de El Prat y quizá impulsor oculto de otros disturbios, responde a la misma lógica. El Tsunami acaba de anunciar nuevas acciones, entre ellas una para la jornada de reflexión del 10N y otra para la nueva fecha del Barça-Madrid, el 18 de diciembre.

En esta deriva hacia la justificación y la tolerancia de la violencia juegan también un papel importante determinados medios de comunicación digitales, convertidos en auténticos medios de agitación y propaganda en lugar de instrumentos de información. O los acuerdos de las universidades en los que se condena únicamente la violencia policial. La necesidad de la violencia ha empezado a ser teorizada además por algunos intelectuales entregados a la causa con la fe de los conversos. Uno de ellos es el historiador Jaume Sobrequés, organizador del simposio ahistórico Espanya contra Catalunya en los inicios del procés, exdirigente del PSC y exdirectivo del Barça de Josep Lluís Núñez, a quien sostenía el paraguas cuando la ocasión lo requería.

En un reciente artículo en El Punt-Avui, Sobrequés se inventa el oxímoron de la “violencia pacífica” para escribir que “la liberación de Cataluña no se puede limitar al hecho con que algunos demasiado a menudo se llenan la boca defendiendo, sin matices, tácticas contrarias a las acciones violentas, sin replantearse qué quiere decir, en el caso catalán, la no violencia como camino para conseguir la separación de España y el reconocimiento de los derechos democráticos de nuestro pueblo. Es preciso, pues, buscar otras manifestaciones de la violencia pacífica, de la reivindicación intransigente, de la defensa enconada de los derechos nacionales propios”. Sin una determinada acción violenta como la que propone, la “violencia resistencial”, añade, “nunca Cataluña asumirá su liberación” e insta a los políticos a definir el marco y los límites de esta violencia.

En el artículo, Sobrequés recuerda que el historiador Josep Fontana ya había dejado dicho que “la liberación de los pueblos y naciones oprimidas por un Estado colonial ha acostumbrado a ser inseparable del ejercicio de la violencia legítima”. Fontana, en efecto, había declarado en múltiples ocasiones y en diferentes medios de comunicación que “la independencia solo se gana con una guerra de independencia”, aunque posiblemente no en el sentido con que lo interpreta Sobrequés, sino como constatación de la imposibilidad de la independencia de Cataluña en la actualidad.

¿Cómo extrañarse con este caldo de cultivo de que Quim Torra se resista a condenar la violencia de los jóvenes CDR a los que mima y adora? Él, que procede del Reagrupament del doctor Carretero, maestro en xenofobia, y que admira el movimiento Nosaltres Sols de los años treinta del siglo pasado. Su resistencia a condenar la violencia proviene de esa tradición, pero también, al incidir en las responsabilidades de los Mossos antes que en las de los revoltosos, lo que pretende es dejar en evidencia al Gobierno de Pedro Sánchez, que no solo defiende a las fuerzas de seguridad y a la policía autonómica, sino que ni se plantea investigar sus actuaciones.

Hay dos maneras de explicar la actuación de los Mossos en los disturbios. La de Torra, que los utiliza contra el Gobierno central, o la de Clara Ponsatí, que asegura que están directamente a las órdenes del Ministerio del Interior. Las dos desprestigian al cuerpo, que ha de ser defendido en el Parlament por la oposición, en un nuevo episodio de la película “el mundo al revés” que se proyecta en Cataluña desde hace años.