Una vez superado el pánico vinculado a la crisis económica, volvemos a estar instalados en una resbaladiza fase de autocomplacencia. Parece que aquí no ha pasado nada. Volvemos a hablar con toda normalidad de aumentos de gasto público, de incentivar el consumo familiar vía crédito, y el sector financiero ya está calentando motores para una lucha sin cuartel en el mercado de hipotecas low cost. Todo es alegría, nadie piensa en que podemos volver a caer por la cuesta. Y amenazas hay...

La deuda mundial, tanto pública como privada, está en máximos históricos: 226 billones de dólares, el equivalente al 324% del PIB mundial, según los datos del Instituto Internacional de Finanzas. Siento ser aguafiestas pero intuyo que más pronto que tarde se reducirá la barra libre crediticia y subirán los tipos de interés. Eso tendría unas consecuencias inmediatas sobre el crecimiento económico, el empleo, las primas de riesgo, los equilibrios presupuestarios públicos y las inversiones. No digo nada que no haya ocurrido en el pasado inmediato y todos sabemos que, en ese contexto, las empresas, familias y gobiernos más endeudados serán muy vulnerables.

Nadie cree que la deuda mundial va a seguir creciendo sin límites. Hay consenso entre especialistas a la hora de señalar que hay que pinchar la burbuja de deuda de manera progresiva. O nosotros mismos nos aplicamos disciplina para reducir nuestro endeudamiento o nos la aplicarán desde fuera. Sé que lo que estoy diciendo es antipático, sé que siempre gusta más oír “que siga la fiesta”, “gastemos más”, pero les estaría engañando. En España hubo margen de maniobra contracíclico durante la pasada crisis porque partíamos de unos niveles de deuda pública bajos (un 35% de la ratio deuda/PIB). Hoy la deuda pública de las administraciones españolas roza el 100%, la hemos triplicado durante estos duros años y el colchón ante futuros vaivenes económicos se ha esfumado. La administración pública española, con esos niveles, ya no tendría prácticamente margen para hacer frente a una crisis financiera internacional. Entraría en colapso el Estado del Bienestar español tal y como lo conocemos.

Tratar de que no se desboque el déficit y la deuda debería ser una prioridad nacional. Me aterrorizan esos dirigentes que sólo piden gastar, aun sabiendo que están poniendo en riesgo la estabilidad económica y las políticas sociales del futuro en España. No es responsable poner en riesgo la prosperidad de millones de familias para tratar de rascar cuatro votos. Soy de los que creen que deberíamos aprovechar este periodo de crecimiento para curarnos en salud y reducir deuda, como haría cualquier empresa o familia normal. El Estado tiene que adelgazar: sobran empresas públicas, administraciones, inversiones no productivas y subvenciones con “efecto perverso”.

Prudencia, cautela, previsión y tener contemplado también el peor de los escenarios nos ahorra problemas de futuro. Si sabemos que va a llover debemos ir preparando el paraguas. Más aún cuando a estos factores se le añaden incertidumbres como la espiral de subida del precio del petróleo, las iniciativas de Trump en su cacharrería y el auge de irresponsables populistas en medio mundo.