Rusia es una superpotencia militar convencional y nuclear --la primera en algunos indicadores-- y un enano económico pese a su inmenso territorio, sus riquezas y sus potencialidades. El PIB de Rusia es inferior al de Italia y su PIB per cápita menos de la mitad del español.

Por sus estructuras políticas y sociales Rusia no es homologable a una democracia occidental. Es un sistema híbrido de postdictadura y predemocracia con un autócrata al frente, acompañado de una ovejuna nomenclatura y unas voraces élites extractivas y cleptómanas.

Estos datos son imprescindibles para entender los movimientos de sus actuales dirigentes en la esfera internacional y especialmente frente a Europa. La UE es una potencia económica y civil, en el plano de la defensa militar se encuentra todavía en pañales y tiene que confiarla a los ejércitos nacionales y a la OTAN.

La UE no representa un peligro geoestratégico para Rusia, pero pese a su anodina naturaleza Vladímir Putin la detesta, desprecia a sus autoridades, envidia su desarrollo económico, su nivel de prosperidad, su Estado de bienestar --en Rusia la pensión pública media de jubilación no alcanza los 200  euros, en España la del Régimen General siendo aún baja es de 1.398,50 euros--, pero sobre todo la teme por la comparación.

Putin ha incluido a la UE en los vetos que quiere imponer a Ucrania. Si esta ingresara en la UE después de un arduo proceso de negociación --acelerándolo mucho, la adhesión no sería posible antes de 5 o 6 años--, Ucrania emprendería un despegue económico con ayuda de los fondos estructurales de la Unión y podría repetir el “milagro” económico de Polonia. Al mismo tiempo, asentaría y consolidaría un sistema de libertades a la europea.

La comparación de la Ucrania integrada en la UE con las regiones rusas próximas --áreas geográficas con ciertas similitudes culturales-- resultaría desastrosa para los dirigentes de Rusia, pondría en evidencia los atrasos económicos y sociales de su sistema, en gran medida imputables a ellos.

Forman la OTAN estados con gobiernos elegidos democráticamente y sometidos a control parlamentario, con medios de comunicación libres y diversos y con opiniones públicas exigentes. Es inimaginable que la OTAN emprendiera una acción militar como la ordenada por Putin. Rusia no tiene en ese sentido nada que temer.

Putin denuncia la “expansión hacia el Este” de la OTAN y la considera un peligro para la seguridad de Rusia. Si lo cree, se equivoca y si finge creerlo para utilizarlo como justificación de sus agresiones, peor.

Los estados de la antigua zona de influencia soviética o incluso exrepúblicas soviéticas pidieron el ingreso en la OTAN por miedo a Rusia, plenamente justificado por la historia en los casos de Estonia, Letonia, Lituania, Polonia o Rumanía y comprensible en otros países del Este.

La OTAN es un sistema de seguridad colectiva de defensa mancomunada. El artículo 5 del Tratado es claro al respecto: un ataque contra un Estado parte que tenga lugar en Europa o en América del Norte será considerado un ataque dirigido contra todos, reaccionando todos en defensa de la parte atacada.

Eso es lo que teme Putin, no que la OTAN invada Rusia. Por ese temor, tiene que parar la expansión agresiva de Rusia ante las puertas de la OTAN, si las traspasara significaría la guerra con la OTAN. Si Ucrania hubiere sido miembro de la OTAN, Putin no habría ordenado atacarla.

Putin está ahí, como el elefante en la habitación, no será sustituido por vía democrática y por otros medios no sería deseable por lo que pudiera resultar de desestabilizador en una superpotencia nuclear.

Putin no se esperaba la resistencia de Ucrania, armada por los occidentales, la reacción de la UE cerrando filas e imponiendo sanciones, la OTAN reafirmado su razón de ser y fortaleciendo sus defensas en Europa, más la condena próxima a la unanimidad en las Naciones Unidas. Todo ello lo ha debilitado y le habrá enseñado a contenerse.

Es altamente improbable que repita algo parecido a la invasión de Ucrania, por tanto, es el momento de negociar la renovación del sistema de seguridad en Europa, y no hay más remedio que hacerlo con Putin.

Un acuerdo ruso con el gobierno legítimo de Volodímir Zelenski para la neutralización formal de Ucrania paradójicamente abriría la posibilidad de una nueva conferencia de seguridad en Europa --sea cual sea el formato de la negociación-- puesto que los “neutralizados” necesitan garantías internacionales a su estatus de neutralidad.