El siglo XXI no se inició el uno de enero como señala el calendario oficial, sino el 11 de septiembre del 2001 con los atentados a las Torres Gemelas. Mi generación recuerda el 23 de Febrero de 1981, y todos sabemos dónde estábamos en esos dos días, en 1981 y en 2001. Lo mismo pasará este año 2020. Los protagonistas no serán unos iluminados (Antonio Tejero y unos terroristas yihadistas), sino que el causante de todo esto habrá sido un virus que ha matado a cientos de miles de mayores de la generación de hierro.

El domingo estuve hablando a través de vídeo-conferencia. Éramos cuatro confinados: la hija a cien kilómetros y el hijo a dos mil kilómetros. Les decía que ésta extraña situación general iba a producir un cambio social inimaginable provocado por el virus, nacido en 2019, el misterioso Covid-19. Es la neo peste negra que ha cambiado de color: ahora es amarilla. Este color siempre ha tenido mala fama entre los cómicos, pero ahora es una tragedia humana y económica (en Cataluña, también de lazos).

Les decía a mis hijos que este enemigo invisible que nos llenado de luto, temor y el derrumbe económico que se avecina va a suponer a la larga un cambio de paradigma que va a beneficiar a los más jóvenes (soy radicalmente optimista, es una de mis pocas virtudes, y la tenacidad). Y es que todos son expertos en informática. Al contrario de mi generación que, en general, tiene menos carácter que los niños de la guerra. A los caídos actuales no les mató la miseria de los 40. Lo ha hecho una nueva peste negra que es tan cruel como la tuberculosis, que tanto luto dejó en los años de la hambruna.

No nos va a cambiar el carácter heredado de nuestros padres, pero sí las relaciones económicas porque la informática cambiará muchas profesiones, aunque no a los que atienden al público (sanitarios, maestros, policías, bomberos, periodistas, vendedores, comerciantes, transportistas, letrados, albañiles o señoras de la limpieza.

Buena parte de los que ahora trabajan desde casa lo continuaran haciendo porque a muchas empresas les sale más económico, porque no tienen que alquilar oficinas ni edificios y porque la gente es más productiva. Esto para mi generación parece de ciencia ficción, pero es bien real.

En el futuro una vez por semana los compañeros de trabajo se reunirán para compartir sus cuitas, los que ahora trabajan desde casa, no por el maldito virus, sino porque cada día esa forma de trabajar será más común.