Fueron necesarias tantas prótesis, incluso antagónicas, para urdir la moción de censura contra Rajoy que los primeros pasos del gobierno de Pedro Sánchez no han podido dar la imagen del timón llevado con mano firme. La bulímica suma de votos necesarios para la moción determina no pocas de aquellas decisiones que un presidente del Gobierno ha de poder tomar sin pagar demasiado. A diferencia de un gobierno de coalición, son pactos mutantes, con puntos ciegos, multidimensionales y de intereses fraccionados. A la espera de la aplicación del sistema de concurso público en RTVE, el nuevo gobierno ha actuado por un decreto-ley cuya aprobación ha tenido visos de mercado persa en el que Podemos prepondera como gran capitán. A contrapelo de los grandes profesionales con que cuenta RNE y TVE, veremos telediarios podemitas y será muy ilustrativo considerar cómo se nos informa sobre el hambre y el caos en Venezuela.

Sánchez tenía la ventaja de que el marianismo --como en todas sus estrategias de comunicación-- hizo una política premoderna en RTVE, sobrecargándola de mediocridad casposa, tanto en la cúpula como en los opinantes. De modo que la oportunidad de Sánchez era un reset completo, un remozado de modernidad. Tal vez lo intente al aplicarse la reforma de RTVE en su día, pero el fundamento transaccional del decreto-ley no induce al optimismo. Y, en sí misma, la futura operatividad del sistema de concurso público también es una incógnita. Incluso los más críticos con el Gobierno Zapatero aceptan que no lo hizo mal con RTVE.

El modelo de la BBC, como toda institución humana, no puede ser una idealización pero con todos sus defectos implica una voluntad de servicio público que RTVE ha abandonado desde hace mucho tiempo. El impacto presupuestario de la crisis de 2008 fue abrumador pero un Estado no puede desasistir, por ejemplo, a la prestación pública del canal 24 horas, como presencia global, al igual que la BBC o la Deutsche Welle. Incluso la Rusia de Putin tiene su canal internacional.

En el pasado, Pablo Iglesias decía sin ambages que prefería el control de la televisión a un área concreta de gobierno. Supongamos que eso fue un exceso expresivo. Aún así, cabe la sospecha de que Podemos va a intentar imponer su agenda política en RTVE, especialmente en los informativos. Es una forma de agit-prop, directo o indirecto. Ya no puede hablarse de la radiotelevisión pública en España como de asignatura pendiente. Más bien es una asignatura suspendida sine die. Ahora la pregunta es si vale la pena dedicar tantos recursos públicos a una institución que está al servicio de los intereses más crudos de la política y no de la ciudadanía que tiene derecho a ser informada para decidir sobre su propio futuro y el de España. Después de la caspa marianista, unos telediarios podemitas van a extenuar el futuro racional de TVE. La única alternativa, y también perversa, sería acabar aplicando el sistema de la lottizzazione por el que el informativo matutino quede en manos del PSOE, los mediodías sean para PNV --con PDeCAT y ERC-- y las noches para Podemos. Informe semanal podría ser para Compromís. El declive de TVE va a poner de moda los canales de dibujos animados.