Diríase que los taxistas están empeñados en cavar la tumba de su profesión. Colapsando la ciudad, destrozando coches y agrediendo a trabajadores y a periodistas difícilmente van a ganar la guerra por más que ganen alguna batalla por la incompetencia de quienes nos malgobiernan.

Muchos taxistas son autónomos que trabajan de sol a sol, pero también hay grandes flotas que gestionan decenas de taxis dando trabajo a personas que desconocen no solo el oficio sino también el callejero de la ciudad y hasta el idioma. Y la gran mayoría de los grandes empresarios del taxi lo son también de los VTCs. ¿Qué tal si además de protestar se analiza la realidad del sector?

El taxi tiene serios problemas estructurales pero su solución no pasa por dificultar la llegada de la competencia. Es comprensible que la preocupación sea máxima para quien ve peligrar su trabajo habiéndose endeudado para pagar más de 200.000 euros por conseguir una licencia pero es una aberración consentida que una licencia municipal se pueda traspasar entre particulares a precio de oro. Las licencias deberían devolverse a quienes las emitió en lugar de permitir el mercadeo entre particulares. Ahora el daño ya está hecho y la recompra es la única solución. Nadie se atreve a atajar un problema estructural.

Todos hemos subido a taxis sucios, viejos y contaminantes, no son la mayoría, pero haberlos hailos. ¿No pasan una inspección periódica? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es el papel de la AMB en el control de la calidad?

Uber y Cabify no son ni mucho menos la panacea. En España, que no en el resto del mundo, solo pueden afiliarse a este servicio vehículos de turismo con conductor, los VTC. Y estos vehículos deben pertenecer a empresas que tengan al menos siete vehículos. Los conductores de VTC son empleados, en muchos casos en condiciones laborales bastante precarias. ¿Qué sentido tiene que les agredan compañeros suyos de oficio? ¿Por qué no se revuelven contra los flotistas que, además, suelen tener flotas de taxis?

Ahora vemos coches en general nuevos y bien cuidados, pero el modelo de negocio no permite muchas alegrías. Los conductores de VTCs también conducen muchas, demasiadas horas, los coches hacen muchos, demasiados kilómetros y el mantenimiento es el justito. Solo es cuestión de pocos meses que la percepción deje de ser tan buena cuando los coches dejen de ser tan nuevos.

Uber es la multinacional que inventó esta manera de gestionar servicios de transporte de pasajeros, que es lo que es en nuestro país. No se trata de compartir coches entre particulares sino de facilitar la gestión de flotas. A cambio se lleva una buena comisión (25%) que cobra antes que el conductor sus servicios, pues es quien recauda. Su modelo, como el de tantos gigantes de internet, es “eficiente fiscalmente”, es decir, no paga casi impuestos. Los ingresos de un viaje realizado en Barcelona tributan en Holanda mediante un sofisticado, pero legal, esquema de empresas, fundaciones, propiedad intelectual y precios de transferencia que acaba consolidando en Bermuda. El 75% del viaje lo abona uber al duelo de la flota de VTCs y éste le paga al conductor poco más del salario mínimo y un complemento que logra si hace muuuchas horas y recibe buenas críticas.

Cabify, aunque comenzó son sede en Delawere tiene ahora su sede fiscal en España. El modelo es similar respecto a la relación con los conductores, pero al menos tributa en nuestro país.

El taxi se enfrenta a muchos y más graves problemas. La transición energética está ahí y más pronto que tarde se abrirá el debate sobre la exigencia de emisiones cero. Y cuando esto se aclare comenzarán a rodar por nuestras calles coches autónomos, sin conductor.

Podemos enfadarnos, empatizar o ignorar, pero mientras las administraciones no asuman el grave problema que supone tener a un colectivo endeudado hasta las cejas por una licencia que acabará valiendo cero tendremos huelgas, paros y cabreos estériles para rato.