Rufián ha llamado “tarado” a Puigdemont, y este, naturalmente, se ha dolido. Como muchos de los seguidores de este se han sentido ofendidos, e incluso también algunos dirigentes del mismo partido de Rufián, ERC.

Y es que el epíteto llevaba mala intención y un desprecio implícito que, además --llueve sobre mojado-- ya se había manifestado pocos días atrás cuando el mismo rufián reprochaba a otro sus visitas a Waterloo, a su entender excesivamente frecuentes.

Pero en realidad el expresidente de la Generalitat debe de saber, debe de sentir que, en un sentido técnico, neutro, él sí de verdad padece una tara, una minusvalía, una especie de carencia o de condición defectuosa que le obliga a vivir como un exiliado (yo no le regateo esta palabra, si le gusta definirse con ella) sin poder ver las cumbres de Amer ni pasear por Girona. No digamos ya recuperar el despacho en la plaza de Sant Jaume que ocupó por una serie de increíbles carambolas, y del que se fugó también de forma rocambolesca.

Cada año más borroso y fantasmal, camina bajo cielos sombríos, perora ante auditorios vacíos, preside entidades fantasiosas y poco a poco se va transformando menos en una figura mitológica o capital político que en un engorro o un fastidio para los suyos: dificulta la recuperación de la gestión política y de los negocios (valga la redundancia): es una tara de la política catalana.

Como ya todo el mundo sabe, él, que había vivido siempre del erario público, lo tiró todo por la borda por temor a quedar como un flojo o un traidor. Buena parte de la culpa de aquel error fatal lo tuvieron los jefes de ERC, Junqueras y Rovira, y parte también el insidioso tuit de Rufián en que lo comparaba con Judas Iscariote, el apóstol que vendió a Jesús por treinta monedas de oro.

Veo estos dramas o sainetes desde cierta distancia, con un interés menos político o ideológico que puramente estético y paradójico: ¿no es curioso que mientras Puigdemont lo ha perdido (casi) todo, y va como un cojo bajo la lluvia belga, arrastrando su pierna tarada, nubes negras sobre su cabeza, nubes negras en el horizonte… Rufián, a todas luces un listillo y un triunfador, lleve años viviendo bajo los grandes cielos velazqueños de Madrid?

Ganando un sueldazo, montando ingeniosos y celebrados espectáculos malabares en el Congreso, luciendo camisetas con mensaje, y en general pasándoselo bomba con sus propias y livianas ocurrencias. Ahora los periodistas parlamentarios le han montado un homenaje en agradecimiento a la diversión que les proporciona con sus cosas. Y él, el triunfador sudoroso, reluciente, lo agradecía con una gran sonrisa...

Quizá se haya excedido llamando tarado al otro, al que se pasea cabizbajo por la morne plaine de Waterloo. Pero es que cuando uno triunfa e impera no siempre sabe modular el tono del desprecio al tarado.