Hace unos días, durante una sesión de control, Sánchez inició su respuesta a una pregunta de Rufián sobre el espionaje a independentistas con un “señor Abascal”, que rápidamente rectificó con un “Discúlpeme. Ha sido un lapsus imperdonable”. Después de reiterar una y otra vez las disculpas, Rufián respondió: “Que me espíen vale, pero que me llame Abascal, ya me fastidia”. Cambiar el nombre pudo ser un hecho anecdótico, pero visto cómo se comportan sus señorías desde hace lustros se podría especular que a Sánchez le pudo traicionar el subconsciente.

Aunque se empeñan por marcar sus diferencias, los políticos consiguen a menudo reforzar aún más el peligroso tópico “todos son iguales”. Por ejemplo, unos y otras se autoelogian, sin rubor alguno, justificando que su entrada y permanencia en política fue por servicio público. En esos términos se expresaba hace unos días la recién jubilada Rosa Aguilar, con un currículum amplísimo dentro del PCE-Izquierda Unida como concejal (1987-1991), parlamentaria andaluza (1990-1993), diputada en Cortes (1993-2000) y alcaldesa (1999-2009), y después en el PSOE como consejera de obras públicas (2009-2010), ministra de Medio Ambiente (2010-2011), diputada en Cortes (2011-2015), consejera de Cultura (2015-2017), consejera de Justicia (2017-2019) y parlamentaria andaluza (2018-2022). Ni un año en blanco.

Trayectorias como la de Aguilar suelen ser bastante frecuentes en todos los partidos, son políticos que ellos mismos denominan corchos, flotan contra viento y marea. Recuerdo otro caso de un diputado que estuvo en el Congreso más de 30 años “representando” la misma provincia. Al fallecer, la prensa local lo elogió por su currículum con el listado de cargos que había ocupado en la Cámara Baja. Nadie hizo comentario alguno sobre qué había conseguido para mejorar la vida de los ciudadanos de dicha provincia, a la que había llegado, eso sí, por razones ajenas a la política. El silencio fue el mejor argumento sobre su inutilidad durante más de tres décadas como presunto “servidor público”.

Un subgrupo de estos políticos son los paracaidistas o cuneros. Se suelen presentar encabezando listas en provincias que apenas conocen o en las que, como mucho, veranean. Es una tradición caciquil que se conserva y se repite en España desde el siglo XIX. La próxima estrella de esta práctica desvergonzada, que no ilegal, es la alicantina Macarena Olona que encabezó la lista de Vox por Granada al Congreso en 2019 y repite por la misma circunscripción, ahora como candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía.

Estos comportamientos tan poco ejemplares son bastante habituales entre nuestras señorías, a eso se añade que a menudo comparten rasgos ideológicos más comunes que diferentes. ¿Qué separa el nacionalcatolicismo del PNV del de Vox? ¿el grado de cinismo? ¿cómo distinguir el nacionalismo supremacista de ERC, CUP o Bildu del xenófobo de Vox? ¿por la autopátina progre de los tres primeros? Los casos de Abascal y de Rufián son muy representativos de la casi plena coincidencia en fundamentos ideológicos retrógrados, aunque en la concepción identitaria el primero sea centrípeto y el segundo centrífugo. Además, tienen objetivos personales comunes, porque si algo caracteriza el modus vivendi de ambos es que una vez que han conseguido un cargo público se atornillan sin complejo alguno. Así que pasen 18 meses, cinco años o muchos más.

Es posible que Sánchez no se confundiera cuando llamó Abascal a Rufián, quizás tuvo un momento fugaz de claridad mental, y hay que reconocérselo, porque lamentablemente la lucidez escasea demasiado entre nuestro estamento político, tan mediocre como colmado de privilegios.