Hay reliquias en forma de libro que merecen una relectura, sobre todo si nos ayudan a comprender el pasado y a obrar con coherencia en el presente. Tengo entre las manos un ejemplar de El Diccionario del Militante Obrero editado en Toulouse en 1970 por el equipo exterior de Nuestra Clase y firmado por Comisiones Obreras. Precio del opúsculo: 25 pesetas. En él se enumeran de la letra A hasta la Z centenares de términos susceptibles de ser útiles para ayudar a comprender textos teórico-políticos espesos o alambicados. Busco en él, por ejemplo, la palabra autocrítica mientras pienso en Irene Montero y, por extensión, en el dúo los Pablos (Iglesias y Echenique). La define así: “Es la crítica que debe hacerse uno mismo. Un militante que ha cometido un error, o ha sido negligente, debe ser capaz de reconocer sus fallos y hacer ante todos los compañeros una relación de ellos, manifestando estar dispuesto a corregirlos tomando las medidas que entre todos crean necesarias... Autocrítica de Grupo: toda organización que como tal pueda incurrir en errores, y que como organización debe vigilar el proceso político que está desarrollando, debe llegar incluso si es preciso a la autodisolución”. No dramaticemos, obviamente no estoy proponiendo la disolución de ningún partido político; tampoco insinúo la necesidad de la autoflagelación en público que se pueda desprender de este viejo diccionario –probablemente el texto esté inspirado en el capítulo 27 del Libro Rojo de Mao y en Los Fundamentos del Leninismo que escribió Stalin en 1924—, pero sí recapacitar acerca de lo que se hace mal en política.

De vuelta a España, y ya en pleno siglo XXI, tenemos sobre la mesa de debate la urgencia de corregir los errores del presente. Así, cuando lo que está en juego es la credibilidad de los gobiernos y las instituciones, es preciso reaccionar con prontitud. Lluís Foix, en un artículo para La Vanguardia titulado “Saber rectificar a tiempo”, repasaba hace unos días las incongruencias de algunos políticos sin voluntad de propósito de enmienda ni reflexión autocrítica. A Unidas Podemos le iría bien un ejercicio de sana introspección, de rectificación. No solo para resarcir su maltrecha imagen como partido, sino también para que, a medio plazo, pueda seguir funcionando en España un Gobierno de coalición progresista. Pablo Iglesias yerra al criticar el silencio de Yolanda Díaz. La vicepresidenta acierta cuando calla porque la camaradería, cuando se gobierna en un país de la UE, no obliga a ser cómplice de pifias hijas del ideologismo exagerado o de la bisoñez política. Tampoco creo que Díaz se ponga de perfil con intención de escaquearse, sino que cierta ética de la responsabilidad le aconseja templar gaitas.

La esquinita de la izquierda española deberá decidir en breve qué reglas básicas de la aritmética desea emplear. Puede optar por Sumar y multiplicar o, en cambio, puede hacerlo por restar y dividir. Su responsabilidad es grande, incluso me atrevería a decir que, para los tiempos que corren, histórica.

Unidas Podemos no debe seguir jugando a forzar la máquina, ni en el terreno legislativo, ni en el de la gestión gubernamental de lo cotidiano, ni en el comunicativo. El motor del Gobierno de Pedro Sánchez, si funciona excesivamente revolucionado, se puede averiar o romper. El Ejecutivo español debería evitar conjugar un verbo, un galicismo, que la RAE incorporó al diccionario hace cierto tiempo: Gripar. 1 tr. Mec. Hacer que las piezas de un engranaje o motor queden agarrotadas.

Sumar o gripar, that is the question.