La tragedia de las dos niñas (sus padres en su comunicado las siguieron llamando en femenino) de Sallent ha dado titulares y debates controvertidos e interesantes sobre el suicidio, unos debates que toda sociedad madura debería querer hacer con voluntad de avanzar.

El derecho al suicidio debe generar en nuestra sociedad, de manera imprescindible, una normal y necesaria controversia sin ambages ni adornos si queremos avanzar y pretendemos crecer como individuos.

Si bien es cierto que la libertad individual es un derecho fundamental que debe ser respetado en todas las esferas de la vida incluyendo el derecho a decidir sobre nuestra propia existencia, es imprescindible tener en cuenta ciertos matices para visualizar el tema desde una perspectiva más amplia.

Debemos ser capaces como sociedad de distinguir entre el suicidio en menores y el suicidio en adultos. Mientras que en el caso de los adultos es imprescindible respetar su libertad individual y su capacidad para tomar decisiones autónomas sobre su propia vida, en la situación de los menores afectados por el bullying o la incomprensión, el suicidio es una tragedia que debe ser abordada con la máxima urgencia y responsabilidad por parte de todos los actores implicados. No podemos permitir que un niño o adolescente se sienta tan desesperado y desamparado como para tomar la decisión de acabar con su vida sin ver luz a su agonía. Es nuestro deber como sociedad proteger a los más vulnerables y ofrecerles todo el apoyo que necesiten para intentar superar sus problemas y salir adelante.

Aceptando ese importante matiz por lo que atañe a los menores y que el suicidio siempre da miedo y es profundamente doloroso para los seres queridos que quedan atrás y que piensan que, de alguna manera, podrían haber evitado la tragedia, deberíamos estar de acuerdo en que esa realidad de dolor e impotencia no nos da ningún derecho a estigmatizar a los que deciden acabar con su sufrimiento tomando esta drástica decisión sobre su propia existencia.

Tenemos mucho camino por recorrer y la prevención del suicidio es una tarea importante que debe ser abordada desde una perspectiva multidisciplinar y con el objetivo de ofrecer a las personas en riesgo todo el apoyo que necesiten, pero, en última instancia, la decisión de vivir o morir es una cuestión personal e íntima que nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a juzgar.

Myriam, mi imprescindible amiga, murió hace ahora poco más de un año de un cáncer que la mantuvo en vilo los últimos 16 años de su vida. Un maldito Covid la catapultó al desenlace inevitable.

Myriam dijo muchas veces y muy claro que si algún día llegábamos a su casa y estaba en la cama, vestida, maquillada y arreglada con aquellas piezas a las que tenía especial cariño, no buscásemos explicaciones ni nos hiciésemos preguntas del porqué ni el cómo. Habría decidido libremente poner fin a su vida. Ese, sin duda, hubiera sido su momento más íntimo de libertad individual.