Pensamiento

Soy una cámara

16 noviembre, 2014 07:06

En su novela autobiográfica 'Adiós a Berlín', publicada en 1939, el autor inglés Christopher Isherwood construyó mediante las historias encadenadas de una serie de personajes, a través de una "serie de brillantes bocetos de una sociedad en decadencia" en palabras de Orwell, un retrato vívido de los últimos años de la República de Weimar y de la aparición y auge del nazismo.

Las mayores atrocidades, los mayores desastres, los cambios radicales de los paradigmas históricos, comienzan, en contra de la asunción habitual, en lo apenas perceptible, en lo cotidiano

Lo que siempre me fascinó de esta novela es como, evitando la referencia directa a episodios políticos e históricos concretos, el autor nos muestra en primera persona los mecanismos por los que el fascismo penetra y se apodera de una sociedad enferma a través de las vidas de unos personajes marginales, indefensos, encerrados en el ensimismamiento de sus propias realidades, ignorantes de su destino, del momento histórico trágico que protagonizan y que, más allá del marco temporal de la propia novela, habrá de acabar, indefectiblemente, con ellos.

En el costumbrismo y la cotidianeidad de 'Adiós a Berlín' vemos nacer al fascismo, este fascismo, cualquier fascismo. Las mayores atrocidades, los mayores desastres, los cambios radicales de los paradigmas históricos, comienzan, en contra de la asunción habitual, en lo apenas perceptible, en lo cotidiano. Esa lluvia fina que empapa nuestro subconsciente, ese detalle de la decoración cambiado de lugar, esa nueva costumbre o humor aparentemente irrelevantes, son el tejido denso y consistente sobre el que después se asentarán las fantasías totalitarias más monstruosas.

Últimamente me acuerdo con frecuencia de esta novela en esta pobre, sucia, triste, desdichada Cataluña. Creo que el fantasma comenzó a rondarme con la invasión de esteladas en los domicilios particulares. Siempre me sorprendió la naturalidad con la que la ciudadanía no necesariamente nacionalista aceptó este acto de violencia simbólica y creó inmediatamente un mecanismo de autoengaño vestido de respeto a la libertad de expresión e indolencia. "Es el espacio público", me decían algunos amigos. "No va conmigo", decían otros. Al espacio público le pasa como a España, no tiene quien le quiera. Es de todos, no es de nadie, y si es así, cualquiera puede hacer con él lo que se le antoje. Se equivocaban. Son esos pequeños detalles los que marcan la diferencia.

El espacio público es un tema central, el campo de batalla del momento histórico dramático que vivimos y, sin embargo, apenas ha merecido atención alguna en el debate político. A los nacionalistas/secesionistas ya les está bien. Ellos tienen claro que la invasión del espacio compartido, el campo diario donde se tejen los mapas mentales de los ciudadanos, es una herramienta esencial. Todos los totalitarismos, comunistas, fascistas, lo han sabido y han dado una importancia de primer orden a esta invasión, esta violencia soterrada, enmascarada, travestida. La sociedad inerme hace ver que su vida sigue con normalidad, pero se ha producido una fractura, una más, que será esencial a la hora de instaurar un nuevo orden. Son esos pequeños detalles.

La semana pasada, en la presentación de la plataforma Libres e Iguales en Barcelona, Félix Ovejero señalaba como un posible motivo para seguir aquí, en Cataluña, resistiendo, para no marcharse, la oportunidad única y un tanto morbosa de presenciar en primera persona un proceso histórico de involución totalitaria del que, hasta ahora, sólo habíamos tenido conocimiento en nuestras lecturas y soñado en nuestras pesadillas. Ovejero acertó. Tenemos un deber, personal y moral, de permanecer, de dar testimonio. Christopher Isherwood también lo comprendió y con el temple de un cirujano, animado por el aliento frío de la modernidad, comenzaba su diario berlinés: "Soy una cámara con el obturador abierto, totalmente pasiva, minuciosa, sin pensar. Captando la imagen del hombre que se afeita en la ventana de enfrente y la mujer en quimono que se lava el pelo. Algún día, habrá que revelar todo esto y, cuidadosamente, fijarlo en el papel".