Hace días que me asalta la duda de qué significará para la alcaldesa de Barcelona la palabra "inmaculada", más allá de su nombre de pila y al margen de si será atea, devota o simplemente agnóstica. Tampoco es que me haya sobrevenido una inesperada devoción mariana. La verdad es que la culpa es de un buen amigo que me trasladó su incertidumbre. Y dada la irrelevancia actual de la Generalitat, el Ayuntamiento se ha convertido muy a nuestro pesar en el centro de atención las miradas. De acuerdo con la RAE, inmaculada expresa la ausencia de mácula alguna. Sin embargo, cada nueva propuesta colauista despierta recelos porque conlleva la sospecha de una nueva arbitrariedad: todo cuanto hacen los comunes se extiende por la trama urbana como una mancha de aceite que pringa toda la ciudad, convertida en un inmenso carajal.

Al margen de sus creencias privadas, exclusivas de su única incumbencia, nuestra Inmaculada Colau, así como sus acólitos, tiene un rasgo ineludible: obstinada y tozuda como una mula, es una fervorosa partidaria del sostenella y no enmendalla. Que España está patas arriba lo refleja mejor que nada la foto del encuentro en Rabat del presidente Pedro Sánchez y el monarca alauita, Mohamed VI, con la bandera española puesta al revés. Tal vez fue un simple despiste protocolario, pero teniendo en cuenta que el monarca es príncipe de los creyentes (amur al-mu minin) es difícil creer que cometa errores.

Ajena a la tan alta condición del gran comendador marroquí, resulta incomprensible el empeño de la primera edil barcelonesa de alterar por completo la ciudad con especial énfasis en los aspectos de movilidad. Basta con preguntar a cualquiera que tenga que entrar en Barcelona por el túnel de Glorias, acción convertida en tortura cotidiana. Mejor prepararse para la que se nos viene encima con la reforma de Via Laietana, el tranvía de la Diagonal o el programa Superillas y los nuevos ejes verdes.

Según los datos del propio Ayuntamiento, dos terceras partes de los vehículos que circulan por Barcelona proceden de fuera y la aportación de los visitantes al comercio se estima en 3.900 millones de euros. Para evitar los monumentales atascos que se organizan a la entrada, la alcaldesa se limitó a pedir a los conductores que eviten entrar entre las siete y las nueve y media de la mañana. Ingeniosa idea donde las haya de la que estaría bien saber que opinan quienes acuden a trabajar a esas horas. Ahora bien, no puede sorprender la sugerencia municipal si se tiene en cuenta que esos conductores/visitantes no votan en Barcelona sino en sus localidades de origen. En resumen, al equipo municipal le importan un bledo las incomodidades que puedan sufrir: las cosas se hacen porque sí y punto pelota.

El caso de las Superillas es paradigmático de esa forma arbitraria de actuar. Ya veremos como acaba esta fiesta que alterará por completo la movilidad por las calles del Eixample y, por extensión, de toda la ciudad y el área metropolitana. Salvem Barcelona ya ha presentado una denuncia ante la fiscalía para frenar este previsible desaguisado y la Cámara de la Propiedad Urbana ha optado por la vía de las alegaciones, aunque no sin dificultades. Entre otras cosas, porque la corporación ha declarada abierta la licitación antes de finalizar el plazo de alegaciones y están ya presentadas las ofertas económicas para la ejecución.

En primer lugar porque el ayuntamiento ha optado por el viejo truco de fragmentar en cuatro proyectos para facilitar su licitación y ejecución. Y lo que es peor: la documentación sometida a información pública es incompleta e insuficiente, los proyectos en marcha no incluyen los correspondientes informes técnicos ni los expedientes administrativos, cosa que dificulta elaborar cualquier alegación bien fundamentada. Por no aparecer, no hay ni rastro de informe alguno de Bomberos de Barcelona para garantizar actuaciones en casos de emergencia. "Licitar las obras de ejecución de un proyecto cuando está en información pública, comporta un menosprecio inaceptable respecte la opinión de les entidades y ciudadanos, que de bona fe hayan decidido plantear observaciones y propuestas de modificación y mejora del proyecto en cuestión", sostiene la Cámara de la Propiedad.

Parece previsible que la alegación sea rechaza, lo cual puede llevar a los alegadores a la petición de medidas cautelares que paralicen la licitación y el inicio de las obras. En resumen: una inmensa chapuza que el equipo de gobierno municipal deberá resolver respetando la legalidad y teniendo en cuenta los valores patrimoniales y arquitectónicos del Eixample, considerado una de las obras urbanísticas más importantes de la España del siglo XIX. Aunque no parece que esta sea una de las preocupaciones esenciales de los comunes y sus socios socialistas de gobierno local. Porque lo único que parece preocupar es el hecho de que estamos ya inmersos en la campaña electoral de las municipales de mayo del próximo año. Hay demasiada prisa para dejar todo listo de forma que se pueda inaugurar y cortar cinta antes de esa fecha.

Queda tiempo por delante para que veamos nuevos y apasionantes desaguisados. Por no saber, no sabemos a estas alturas ni tan siquiera si se presentará Inmaculada Colau a la reelección. Conviene recordar que ya perdió las elecciones de 2019 y que los augurios no le son precisamente halagüeños: ¿se presentará ahora para perder más claramente? Es cuestión de ver y esperar, para saber a ciencia cierta que querrá ser cuando sea mayor y si queda fuera de la alcaldía.