Buena parte de los amigos no están de acuerdo con mi escrito del pasado miércoles, en el que explicaba por qué no iba a votar en las elecciones del 28A. No me gusta ningún candidato. Tengo el derecho a abstenerme. Y decir que no puedo criticar porque no he votado es una tontería. Criticaré porque tengo la obligación de hacerlo, si no no podría escribir en ningún medio, porque mi defecto es ser la mosca cojonera de los políticos con toda la guerra a cuestas, y no voy a cambiar mi estilo.

No creo que vaya a traicionar a mi nación por abstenerme porque yo, como usted, soy un grano de arena en esta playa de España de millones de granos que formamos parte del censo electoral.

Los que me conocen de toda la vida saben sólo he participado activamente en unas elecciones generales: fue en las primeras del 15 de julio de 1977. Tenía 19 años. Hice seis mítines en Barcelona como representante universitario de un partido revolucionario. No pude votar, porque antes de la Constitución del 78 la mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años. Tal cabreo cogí que estuve 20 años hasta volver a votar: en las municipales, catalanas y españolas, aunque no sólo por eso.

La mitad de la democracia no voté no por venganza --mis venganzas duran un día, si duraran 20 años estaría encerrado por los loqueros--, pero mis lectores saben que he sido una avispa que he picado a todos: desde AP hasta el PSUC, pero especialmente al PSC, porque siempre ha mandado en Granollers.

No votaba en las municipales por una cuestión profesional, como director de una revista comarcal. Pero votaba en las generales y catalanas.

En mayo votaré a Mayo, como se conoce al alcalde de Granollers: Josep Mayoral (PSC), pese al lazo amarillo que había en la balconada municipal.

No votaré porque me insulta que nos traten como a niños. No soporto la exageración que supone la infantilización de la política.

Por supuesto, votaré en las catalanas, porque aquí la política es una drama.