No quiero que ganen los míos porque no soy de nadie. Tampoco soy el escorpión de la fábula que no puede dejar de clavar el aguijón para inocular el veneno a la rana que le ha permitido cruzar el río de aguas turbulentas. Esto lo contaré en la próxima entrega, titulada 'El decálogo del buen periodista'.

Los lectores de Crónica Global me conocen porque habitualmente arreo a los separatas. Mis amigos indepes, que también los tengo --una cosa es la amistad y otra la política--, me critican que sólo tengo un monotema en la cabeza. No es cierto, en mi Mac tengo archivados miles de artículos, desde 1995, en los que sólo un 5% son criticas a los nacionalistas. Reconozco que nunca les he aplaudido, porque no me identifico con la política del campanario. No me mola. También que desde septiembre de hace cuatro años este tema es el que más me preocupa, porque como catalán y español me toca la fibra más sensible. Y sé que a la mayoría de lectores de Crónica Global les va esta marcha…

Pero hoy debo hablar de mi ideología política.

Tengo un talante liberal en la forma de ver la sociedad, pero no soy liberal en lo económico, sino que me siento socialdemócrata

Confieso que, de ser británico, nunca votaría al partido conservador; si fuera estadounidense, a los republicanos ni en pintura, y ahora mismo estoy poniendo velas a la Moreneta y a la Pilarica para que Donald Trump no salga elegido presidente de los Estados Unidos porque, si hace lo que dice, y me temo que si sale lo hará, el mundo se convertirá en la antesala del infierno.

Tengo un talante liberal en la forma de ver la sociedad, pero no soy liberal en lo económico, sino que me siento socialdemócrata. Defiendo el derecho a la contradicción cuando cambian los hechos. El liberalismo económico es el de Adam Smith, en el que pones en una pecera al pez grande que siempre se comerá al chico...

No me gusta constreñirme al viejo concepto de izquierda y derecha, pero si lo hago me veo en el centro izquierda. Siento decepcionar a mis lectores de derechas.

No me siento de derechas por una cuestión natural, casi instintiva. El defecto que veo en la derecha tradicional no tiene que ver con la política sino con el sentimiento. Me he criado en el cristianismo y, entre los siete pecados capitales que aprendí de niño, la gente de derechas que he conocido tiene un denominador común: el de ser egoísta (ahora se dice que no es solidaria). No le importa lo que sucede más allá de las puertas de su casa. Y esa actitud es paradigmática de la gente de derechas, aunque milite en el PSOE o en el sursuncorda. Les molesta que diga es tan pobre que sólo tiene dinero...

Pero tampoco me identifico con la izquierda tradicional porque carece de una concepción nacional de España. Me gustó el atrevimiento de Pedro Sánchez cuando se presentó como candidato oficial del PSOE con una enorme bandera española de fondo en una pantalla de plasma, porque lo que siempre he echado en falta a la izquierda es la defensa de los símbolos nacionales. Nunca les he visto en una manifestación una bandera nacional, sino banderas rojas moteadas con la tricolor de la franja morada de Castilla; no me identifico con ella.

Sé que es un prejuicio de la historia, y no solamente española. En la orgullosa Francia, sin ir más lejos, les costó casi 130 años aceptar a la derecha monárquica asumir la bandera de la "libertad, igualdad y fraternidad". La aceptó tras la Gran Guerra cuando millones de franceses habían entregado la vida en defensa de su nación enarbolando la enseña republicana. O sea, que si el listón lo ponemos en Francia, Pedro Sánchez se ha adelantado cincuenta años, en la cuestión de la bandera.

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Coincido con Pedro J. Ramírez, y también con Arturo Pérez Reverte, que a lo largo de la historia la España oficial se ha equivocado en dos ocasiones trascendentales de forma dramática porque nos ha llevado en la mala dirección: la Contrarreforma de Trento, en el siglo XVI, que nos hizo más papistas que el Papa; y en el siglo XIX cuando echamos por la borda la revolución liberal y nos aferramos a la peor España posible, la de Fernando VII, en mala hora llamado El Deseado, un cretino no merece semejante epíteto.

Pedro J., como yo, tampoco quiere que ganen los suyos porque sabe que inevitablemente debajo de las piedras del poder anida el huevo del escarabajo

Pérez Reverte tiene una visión negativa de España; Pedro J. la tiene más optimista y, por eso, como Los últimos de Filipinas, la defiende en su baluarte del periodismo desde la primera línea en las que ha combatido: Diario 16, El Mundo y, ahora, El Español.

Él, como yo, tampoco quiere que ganen los suyos porque sabe que inevitablemente debajo de las piedras del poder anida el huevo del escarabajo, como decía en el segundo artículo de mi trilogía de Gracias a Pedro J.

Como canta el Himno de los Viejos Tercios de Flandes, "sólo es libre el hombre que no tiene miedo". Yo, tampoco lo tengo...