Hace mucho tiempo que al independentismo se le cayó la máscara y reveló su verdadero rostro. Todos lo conocemos. Sus rasgos morfológicos denotan una fealdad moral que clama al cielo. Pero más allá del supremacismo y la hispanofobia que presenta su hélice de ADN pútrido, es sumamente preocupante constatar que en su naturaleza intrínseca late una violencia soterrada, ansiada en secreto, acariciada en sus sueños más inconfesables y sólo mostrada, hasta hace relativamente poco tiempo, en pequeñas dosis.

Violencia es lo que esperaban y siguen esperando. Sin ella su viaje a la tierra de promisión es inviable. El nacionalismo necesita muertos. Y dos mejor que uno; y cinco, o diez, mejor que tres. Muertos. Cadáveres sobre la mesa. Y que sean de los suyos. Esos fariseos blanqueados por fuera y negros por dentro rezan para que algún constitucionalista cabreado, o algún ultraderechista zumbado, de los de la bandera del aguilucho, pierda los papeles y acabe provocando una tragedia irreversible. Eso sería, para ellos, el colmo de la felicidad, pues les permitiría presentar ante el mundo a una España salvaje y bárbara.

Hago esta reflexión, que no es en absoluto nueva, pues a lo largo de este mes en el que han conmemorado sus gloriosas efemérides ---ya saben, el 1 de octubre y los dos pseudo orgasmos de ocho segundos-- no han dejado de hablar de violencia a todas horas, hasta el aburrimiento ¿No les parece muy curioso que todos ellos hablen de violencia? Yo no recuerdo tantas referencias a la violencia en prensa, televisión, radio y redes sociales desde que Marta sollozos y pucheritos Rovira confesara que veía muertos por todas partes --porque, recuérdenlo, alguien filtró en una reunión en la Generalitat que todo podía acabar como la matanza de Texas--, pavor que la llevó a salir por piernas, después de echar bidones de gasolina al fuego y azuzar al pusilánime de Carles Puigdemont, y no dejar de correr hasta llegar a Suiza, donde aún permanece comiendo chocolate para matar las penas y dando cuerda a relojes de cuco para matar las horas.

Permítanme repasar lo más florido de la violencia aventada estos días. El empresario Oriol Soler, uno de los ideólogos del procés, confesó en una entrevista que "alguien muy importante aconsejó suspender el referéndum, porque estos tíos nos matarán, aunque otros opinaban que de suceder algo así no sería responsabilidad nuestra”, “un helicóptero sobrevolaba todo el día El Patí dels Tarongers. Teníamos informes de que iban a por nosotros". Y concluye: “Lo que causa más dolor entre lo que hemos hecho mal es no ser capaces de ver que hay una parte muy importante de la población que no quiere la independencia y que tenía miedo". Por su parte, Agustí Colomines, uno de los impulsores de La Crida, ideólogo, adoctrinador de manual, y gurú del orate de Waterloo, recordado por afirmar que "el soberanismo conseguirá que el Estado y los unionistas meen sangre”, declaró días atrás: “En todas las independencias ha habido muertos, pero si decides que no quieres muertos, tardas más”. Repugnante. Y apostilla, tan tranquilo, que el hecho de haber llegado a un callejón sin salida se debe a la consabida ingenuidad propia de los catalanes, a "este experimento tan catalán de intentar hacer una independencia sin un solo muerto". Para colmo, Colomines diferenciaba entre los políticos soberanistas que hacen del procés un modus vivendi y los seguidores de Carles Puigdemont: “Hay mucha gente que no ocupa ningún cargo y está dispuesta a luchar por la independencia y sacrificar su vida”.  ¡Dios mío!

Concluyamos con un par de perlas más este brevísimo repaso, con un bermejo Joan Tardà, ¡hips!, espetándole a Pablo Casado, desde la tribuna del Congreso: "Si fuera por usted, nos fusilaría a todos. Rajoy nos metería en la cárcel, como ya ha hecho; pero usted nos fusilaría", y con las declaraciones de Antoni Castellà, líder de Demòcrates, asegurando a los medios, tras la ofrenda floral a Companys, y en abierta referencia a los políticos presos: “Probablemente, si no estuviéramos en el marco de la UE, tendrían tentaciones de fusilarlos también, exactamente como pasó con Companys. Como no pueden hacerlo, están en la prisión". Huelga decir que también Quim Torra se apuntó al desbarre, equiparando a los encarcelados con los fusilados de la Guerra Civil; pero Torra es caso aparte, porque siempre tiene la violencia y la amenaza en las tripas y en los labios.

Sabemos, por infinidad de testimonios, artículos, libros y declaraciones --como la de Clara Ponsatí-- que no había nada preparado; que no existían las imprescindibles estructuras de Estado; que no contaban con apoyos explícitos internacionales; que no disponían de financiación ni de un plan de negociación con el Estado; que todo era un farol de póquer, un brindis al sol, una independencia fake, una tomadura de pelo; una mentira, en definitiva, de proporciones colosales. Al respecto resultan muy ilustrativas las declaraciones de algunos de los protagonistas en el programa especial de Jordi Évole. Artur Mas descargó la responsabilidad de lo sucedido en la gente, esos ilusos que creyeron a pies juntillas que la proclamación de la República “sería una realidad tangible, inmediata”; Toni Comín zanjó taxativo: “La gente ya sabía que la declaración de independencia no materializaría la República”; finalmente Anna Gabriel, tras admitir que no habrá implementación de la cacareada República, exculpaba a sus cuperos del mambo del fiasco: “Nosotros en más de una ocasión habíamos explicado lo que podíamos explicar. Precisamente muchas veces nos acusaban de contribuir a desilusionar, a desanimar a la gente”.

Sabían todo eso. Lo sabían. Es absolutamente imposible alegar ignorancia. Y aun así siguieron adelante, hasta el final. Colocando a mujeres, abuelos y chavales en primera línea. Deseando que en vez de una tocada de tetas, quince chichones y un esguince de meñique, varios pudieran acabar, en medio del caos que fue aquello, muertos. Sin muertos se cerrarían las puertas del paraíso.

Los responsables del procés han demostrado ser unos pirómanos deleznables, unos cosacos ebrios, capaces de bailar el casatschok pegando saltos como posesos sosteniendo una botella de nitroglicerina en la punta de la nariz. Lo que han hecho con los suyos, lo que nos han hecho a los que jamás seremos suyos, y el inmensurable daño infligido a Cataluña no tiene perdón. Ni olvido, ni perdón. Que la Justicia se pronuncie.