El fallecimiento de Isabel II ha despertado una repercusión mediática descomunal y todo señala que seguirá así hasta el día de sus exequias. Los británicos no regatearán esfuerzos para que la puesta en escena de la ceremonia fúnebre esté a la altura de las expectativas; el boato y el dolor colectivo irán de la mano para transportarnos a otros tiempos de grandeza. Sin embargo, la longeva monarca se ha ido en los momentos en que la solidez y relevancia del Reino Unido se halla en su punto más bajo.

Para los que ya tenemos una cierta edad, el derrumbe británico resulta sorprendente. Aquella gran referencia cultural, económica, política y social de hace unas décadas, anda hoy a la cabeza de este desorientado y convulso occidente. Y, seguramente, no es casualidad.

Andamos todos desconcertados por una desregulación y globalización acelerada y desgobernada que ha roto viejos equilibrios sociales y políticos. Por fin, conscientes del sinsentido de una economía que tiene por fin último la reducción sistemática de costes, nos preguntamos cómo reconducir las dinámicas que tan alegremente implementamos.

Ahora, la cuestión ya no es producir al menor precio; se trata de seguir buscando la eficiencia económica pero, a su vez, responder a la necesidad ciudadana de seguridad y arraigo. Así andamos en la Unión Europea, pero aún más en el Reino Unido.

De Londres emergió el cuerpo doctrinal de una revolución liberal que Margaret Thatcher llevó a la política. Convencidos de sus virtudes, se pusieron al frente de una nueva concepción de la economía que los llevó a cercenar el viejo estado del bienestar, desregular, privatizar, aparcar la industria y abrazar las finanzas como primera fuente de riqueza.

Ellos fueron los mayores beneficiados aquellos años en que la apertura generalizada era fuente de riqueza. Pero, también, son los más perjudicados ahora que su doctrina muestra unas flaquezas enormes. Consecuencia de ello, para complicar las cosas, se agarraron al Brexit para recuperar el país que un día conocieron y que ya no será. De aquella Gran Bretaña quedaba su reina. Y también se fue.