Si no tuviésemos Govern quizá estaríamos mejor. No hace falta convertirse al anarquismo, hacerse bakuninista o proudhoniano. Seguramente viviríamos más tranquilos, sin tener que estar obligados a tratar de saber qué se puede hacer y qué no. Parece que se entrenasen para poder sorprendernos cada día. Y la verdad es que lo consiguen. Echar a esta caterva de ineptos de la Generalitat empieza a ser una cuestión de salvación nacional y beneficioso para la salud mental de la ciudadanía. Nos hacen luz de gas día tras día. Aburren, más que cansan. Todo es como si hubiésemos entrado en una secuencia de brazos caídos, en un bucle de manfoutisme, cautivos y desarmados, obligados a tornarnos resilientes residentes en la limitada patria domiciliar. Si desaparecen, ganaríamos todos.

Hoy es un gran día: nos han abierto las oficinas, es decir, restaurantes y terrazas en donde poder departir cara a cara en tiempos de teletrabajo. El parto de la desescalada del Govern ha sido distócico. Ha puesto de relieve como nunca, si hacía falta alguna evidencia más, la guerra entre socios. El presidente en funciones, Pere Aragonès (ERC), abandonó la reunión del comité del Covid-19, en modo zangolotino y solo falto de un “no te ajunto” a sus colegas de JxCat.  Según se dijo, porque éstos habían filtrado borradores de las nuevas medidas de superación de las restricciones. Da igual: un acto de dejación de funciones de un gobernante, ofensivo para cualquier ciudadano.

Cada vez que dicen que algún tema está encima de la mesa, es para echarse a temblar. No guardan ni las formas. Ni que decir tiene el ridículo sublime con el caso de los autónomos. La incompetencia es tal que incluso se desmienten a sí mismos: por un error en el decreto de normalización publicado en el DOGC, seguían cerradas las salas de conciertos que, tras la oportuna rectificación, podrán abrir hoy. Nos marean a todos, ya no sabemos si es cosa de ineptitud o si son más tontos que Abundio. Es irreal hasta el confinamiento de fin de semana: empieza realmente a las 22:00 horas de cada jueves debido al toque de queda. Cosa que incentiva que algunos padres saquen a los escolares de los colegios el jueves al mediodía y escapen hacia las segundas residencias.

Las propuestas y las iniciativas forman parte de la vida política. Son parte de la función de los partidos como agentes de una sociedad democrática. Sin embargo, en ocasiones, es más cómodo negar la realidad, ignorarla, porque el objetivo es otro y los vericuetos están atorados. Podríamos refugiarnos en la idea de que no hay solución porque no existe el problema y buscar un refugio imaginario lejos del paraíso perdido de la república independiente. Han extraviado la aguja de marear, van perdidos y el peligro es que se trata de un mal contagioso. El sábado, el vicepresidente del AMB y alcalde de Cornellá, Antonio Balmón, escribía que “toca cambiar de rumbo sin prefijar destino”. Inextricable postulado ilustrativo de lo desnortado que anda el socialismo catalán, atrapado entre el papel de oposición formal al Govern y el apoyo al Gobierno de Pedro Sánchez de los republicanos que Javier Lambán, presidente de Aragón, califica de "aliado inquietante”.

Vale que el mundo es un inmenso pajar donde resulta casi imposible encontrar la solución a nuestros males. Que el poder tenga pánico al vacío, porque los adversarios, como los gases, se expanden y ocupan cuanto está vacío. Nada de ello justifica que nos tengan aturdidos y atolondrados, expectantes por el futuro de la vacuna. Un día, se lee en un diario que “Illa comunica a los enfermeros que las farmacias no pueden hacer tests rápidos de coronavirus”; al día siguiente, se ve otro con “Illa pide un plan detallado a las autonomías que quieren que las farmacias hagan tests de antígenos”. ¡Balones fuera, que vamos ganando! Como si el Gobierno estuviese solo para centrifugar los problemas y abandonar sus funciones.

Es tal el estado de confusión que, por no saber, no sabemos ya ni tan siquiera si las elecciones catalanas serán efectivamente el día de San Valentín. La portavoz del Govern, Meritxell Budó, lo puso en duda hace unos días, según cómo evolucione la pandemia. Rápidamente se generalizó una sospecha: el escaso interés de JxCat por razones demoscópicas. Las encuestas no le van bien, por más que sus resultados sean sospechosos más que curiosos y que los encuestados puedan tener un sensacional desbarajuste mental. Los resultados dan vencedora a ERC. Cierto es que la influencia es una cosa y otra, el poder. Pero mejor no olvidar que el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat lo controla este partido y el CIS, un Gobierno central a quien interesa la buena marcha de sus socios de investidura. Por la aprobación de los Presupuestos y por esa rara conjetura de cierta izquierda, sobre todo madrileña, de querer creer que realmente es una formación de izquierdas.

Y dado que todo son interrogantes, cabe preguntarse también, caso de aplazarse las elecciones catalanas por la pandemia: ¿podrán hacerse tres semanas antes las del Barça? Aunque todo es azaroso y caprichosa la voluntad del Govern, habrá que esperar a ver que inventan en ese empeño por el asalto al poder de la entidad barcelonista. Algunos pueden concebirlo como un momento de tocar el cielo. Acaso imaginando el palco del club como una estancia de lujo asiático, modelo palacio Akorda de Astaná, capital de Kazajistán, con suelos forrados con 21 tipos de mármol. Lo malo es que resbala mucho.

 

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