Aparte de la grosería y la miseria moral de algunos de los propósitos vertidos recientemente por los dirigentes secesionistas  --denunciados con firmeza desde este medio-- resulta notable su ignorancia sobre el funcionamiento del Estado, no solo de nuestro Estado, sino del Estado (democrático) en general.

Se sorprenden de que en una situación de reconocida extrema gravedad, el Estado, a través de sus instituciones y órganos, tome el control político temporal de determinados aspectos de la vida del país. En la actual emergencia sanitaria lo ha hecho mediante el “estado de alarma” aplicable en toda España.

La declaración del Gobierno es plenamente constitucional (artículo 116.2 de la CE). Pero no discuten la constitucionalidad de la medida. Hace tiempo que pasan de la Constitución, incluso trataron de derogarla de facto con sus  leyes de “desconexión”. Oponen a la declaración del “estado de alarma” mera verborrea  sobre  la supuesta “confiscación” de competencias que éste comportaría.

No hay confiscación alguna. Lo que ha hecho el Estado es asumir desde el Gobierno central por imperiosa necesidad la dirección unificada de las competencias afectadas por la emergencia, continuando en el ámbito de la administración autonómica la gestión de las que hayan sido transferidas, además de aportar recursos y servicios para apoyar o completar los de las Autonomías.  

Es lo que están haciendo otros Estados europeos. Véase, por ejemplo, el caso sumamente interesante de Bélgica: el gobierno federal (en llamativa minoría parlamentaria) acaba de recibir poderes excepcionales por un acuerdo general de toda la oposición, incluidos los nacionalistas flamencos, para afrontar la situación creada por la pandemia.

El Estado es, entre otras cosas, eso: un mando único cuando las circunstancias lo requieren, si no pudiera ejercerlo estaríamos ante el absurdo de un conflicto de soberanías (no de competencias), la del Estado frente a la de la Generalitat de Cataluña, y no haría pues falta una  DUI.  

Una de dos, o no lo entienden, porque no entienden lo que es un Estado, o su mala fe les lleva a ignorarlo. La insistencia de Torra en que el Estado autorice el “confinamiento total de Cataluña” busca crear una apariencia de soberanía de la Generalitat en el territorio de Cataluña, en el que solo tiene las competencias reconocidas en el Estatuto y transferidas por el Estado, sin que posea ni un ápice de soberanía.

Habrá que ver lo  que dirán los voceros de los secesionistas cuando las unidades especializadas de las Fuerzas Armadas presten servicios de apoyo en zonas de Cataluña, como están haciendo en otras partes de España. Retumbarán los gritos de “Fuera”, pero también vigorosos aplausos. Será una muestra más de la división de los catalanes que los secesionistas han provocado con saña.

¿Cómo podemos dejar la salvaguarda de nuestra salud exclusivamente en manos de quienes han considerado la provisión de recursos para protegerla una “minucia” ante el inmenso “destino manifiesto” de una ilusoria independencia? Cuánto sufrimiento hubiéramos podido evitar si Artur Mas no se hubiera erigido en el campeón de los recortes en sanidad y Puigdemont y Torra hubieran hecho algo para revertirlos.

 Puede que esta vez los seguidores de los flautistas empiecen a desencantarse y acaben volviendo a la compleja y dura realidad, pero realidad.    

El procés se ha asentado sobre mentiras y emociones inducidas. La mentira se combate con razonamiento y pedagogía, la emoción  puede superarse con otra emoción más fuerte. La estamos teniendo ya, y padeciendo, con la tremenda angustia que causa la pandemia. De ésta el procés saldrá definitivamente tocado y, si no, al tiempo.