Pensamiento

Si a los catalanes nos pinchan, ¿no sangramos?

15 noviembre, 2013 08:42

Y yo que me lo estaba pensando, si empezar a escribir en CRÓNICA GLOBAL o no... que me tuvo que acabar de convencer un amigo que me invitó a comer al Círculo de Bellas Artes y susurró coquetonamente en mi oído: "Te van a leer mucho más de lo que crees". Puñeta, era verdad. Increíble la cantidad de gente que parece haberse enterado ahora de cosas que hace años que llevo contando en otros foros.

¿Será verdad, como me dijo recientemente Mario Vargas Llosa en una entrevista que publicaré muy pronto en Abc (y al que le enajene que escriba en Abc, le invito a tirarse de cabeza por el mismo barranco por el que hace años solía recomendar que se tiraran los que me despreciaban por escribir en Avui), pues eso, tendrá razón Vargas Llosa al decirme que, en su opinión, el momento de mayor furia insensata entre el Caín y Abel catalán empieza a quedar atrás, y poco a poco se va viendo alguna luz y razón al final del túnel? Será verdad, porque debo decir que estoy encantada de la cantidad de cálidos apoyos con los que me he encontrado por contar aquí algunas de mis cuitas en la prensa catalana.

La verdad es que no doy crédito a que cierta gente crea de buena fe y buena neurona que ciertas cosas en Cataluña no pueden pasar

Por supuesto no han faltado los de siempre que en apretada falange sin imaginación han salido a ponerme a parir (gran bostezo). Hay quien hasta dice en Twitter que se avergüenza de haber estudiado en el mismo instituto que yo (el Pau Vila de Sabadell, a mucha honra) y hasta un antiguo profesor de ese centro, al que considero un buen amigo, me manda un e-mail para comunicarme que está "muy triste". Toma, y yo. Yo por lo que cuento, él porque lo he contado. Y eso que sólo saqué a la luz algunas de las anécdotas más relajadas. Si llego a contar el día que, siendo delegada de Avui en Madrid, todo un Joan Puigcercós llegó a llamarme por teléfono para decirme, furioso, "oye, yo cuando me compro un periódico, ¡no me quiero cabrear cuando lo abro!". Ingenua de mí yo me ofrecí a reembolsarle el euro que se hubiera gastado ese día, pero en seguida me aclaró que se refería a las ayudas que el gobierno tripartito catalán acababa de volcar sobre la cabecera para la que yo escribía... y el motivo del cabreo era que me había oído decir en una tertulia de Catalunya Ràdio que, en mi humilde opinión, los verdaderos independentistas catalanes, los que de verdad se lo creían hasta las últimas consecuencias, no tenían una auténtica mayoría social. Mare de Déu, cómo se me sulfuró el hombre.

¿Sigo? ¿O mejor no? Yo la verdad es que no doy crédito a que cierta gente crea de buena fe y buena neurona que ciertas cosas en Cataluña no pueden pasar. Que la censura sólo existe entre la oscura y fascistoide horda española. Que es política y biológicamente imposible que un catalán (uno bueno, independentista, se entiende) censure a periodistas, espíe políticos, robe el dinero en comisiones y se lo lleve a Suiza, dé palizas policiales hasta la muerte o simplemente padezca halitosis.

Catalanes: Franco ha muerto. Y Sant Jordi también. Cataluña nunca ha sido de color de rosa y España ya no es en blanco y negro. Hace tiempo que cuando vas a un cine español no sale el NO-DO. La crisis, como la Guerra Civil, no se inventó específicamente para joder a Cataluña. España no nos roba a los catalanes en particular, si acaso lleva tiempo robándose a sí misma a través de un sistema político-financiero que hay que revisar de urgencia. Igual que hay que revisar de urgencia la financiación autonómica y un montón de cosas más. Incluida la falta de respeto de todos los unos por la lengua de todos los otros. En Valladolid y en Vic.

Hay que revisar todo lo que se ha hecho mal, que es mucho, pero con una mano en el corazón y otra en la cartera, me temo que aquí nadie está en condiciones de presuponer que la virtud se delimita geográfica o no digamos nacionalmente. Hay españoles mejores y peores. Hay catalanes maravillosos. Hay catalanes asquerosos. Como dirían Shakespeare o Al Pacino, según los referentes de cada cual, si a los catalanes nos pinchan, ¿no sangramos?, si nos hacen cosquillas, ¿no nos reímos?, si nos envenenan, ¿no nos morimos?, y si nos humillan, ¿no nos vengaremos? Igual que el resto de los españoles.