La Moncloa empezó la semana pasada inspirando su actuación en la consigna de “¡Vamos a desnudar a Iglesias!”. Hoy comienza otra, la última de la temporada propiamente dicha, que parece quiera cerrarse al grito de guerra “¡Santiago y cierra, España!”. La votación de investidura de Pedro Sánchez coincidirá con la onomástica del patrón de España. Al menos, eso es lo que parece. Visto lo visto hasta hoy, todo es posible: que se vote, tampoco quiere decir que el candidato resulte elegido. En fin, que hagan lo que quieran, pero que hagan algo. Ya solo podemos abrir un breve paréntesis clamando eso de “¡Vamos, que nos vamos!” y entonar la copla aquella de “¿Será una rosa, será un clavel?”, de los tiempos en que era aún imposible saber el sexo de los hijos con antelación al parto. Ahora, estamos parecido: cualquier conjetura puede resultar un fiasco.

Cierto es que la semana fue intensa en ese esfuerzo por desnudar al líder de Podemos. Aunque este tampoco se quedó corto y llegó a calificar de “idiotez” la oferta del candidato del PSOE a la Presidencia de incluir en el Gobierno a ministros “técnicos” de los morados. Ahora bien, en política de pactos no hay verdades absolutas y es comprensible que quien preside trate de evitar que la discrepancia se instale en su gobierno. La opción preferible siempre es un solo gobierno con un mensaje coherente, nada de dos en uno. Al final, Pablo Iglesias ha asumido que él no formará parte de un gobierno de coalición, dando eso que se llama “un paso al lado”. Antes que él, ya hizo eso mismo de dar un paso a un lado Artur Mas y puso Cataluña en manos de un visionario que ha dejado todo hecho unos zorros. Es una expresión que, solo con oírla, ya provoca temor.

Pero hete aquí que, después de tres meses de las elecciones generales, socialistas y podemitas negocian a toda prisa un acuerdo de última hora. Eso es, al menos, lo que se ha dicho. Que tampoco tiene porque ser estrictamente cierto. Habrá que esperar y que nos lo cuenten al final. Mientras tanto, continuaremos navegando por un mar de dudas e interrogantes: los últimos días fueron profusos en dimes y diretes, manifestaciones variadas e incluso redondas. Pablo Iglesias se aparta, pero insistía en que los nombres de su partido en el hipotético ejecutivo de coalición los elegirá su formación y en proporción al número de votos o escaños. Desde el PSOE se advertía que el Presidente, a estas horas todavía in pectore, escuchará las propuestas pero será quien decida el equipo. La verdad es que, viviendo como han vivido instalados en el recelo y la desconfianza recíproca, cuesta creer que ahora sean capaces de entenderse, empezar por los contenidos del programa y negociar después el Gobierno.

Todo es posible. El jueves saldremos de dudas. Este es un país tan peculiar que, por ejemplo, en la localidad malagueña de Mijas, Ciudadanos y socialistas han suscrito un acuerdo municipal cuya primera medida contempla la eventual aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña si el gobierno de la Generalitat sigue sin acatar el orden constitucional. Y eso sin haber empezado la nueva ola de calor que azota a España severamente. Es evidente que el contencioso catalán sigue encima de la mesa, mientras los líderes independentistas parecen seguir mareando la perdiz. El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, decía que “no podemos tener un posicionamiento sobre un pacto inexistente”.

La de JxCat, Laura Borràs, aseguraba que “Sánchez ha demostrado su incapacidad para gobernar la complejidad”. Los políticos presos de esta formación apostaron por la abstención. A su vez, el mundo de los ex convergentes es un batiburrillo: JxCat, Crida Nacional por la República, PDECAT, Consejo por la República… El presidente Quim Torra se siente ninguneado. Artur Mas trata de asomar la cabeza a pesar del mal rollo con sus sucesores. Y Carles Puigdemont empecinado en el cuanto peor mejor, aunque su gran preocupación debería ser decidir a donde traslada el chiringuito de Waterloo fuera del espacio Schengen cuando salga la sentencia del Supremo.

El caso es que, con tanto engorro en torno a los eventuales votantes o abstencionistas de la investidura, da la impresión de que el bloque de la derecha (PP, Ciudadanos y Vox) hubiese desaparecido. Van resolviendo sus cosillas, han desbloqueado Murcia y eso les puede ayudar en Madrid. Albert Rivera parece que solo hablase con Dios, Alá o Manitú, que desconozco sus convicciones religiosas, si las tiene; si fuese agnóstico, tendrá difícil encontrar respuestas. ¿Y Pablo Casado? ¿Alguien sabe algo de él? Instalado en el silencio, es de suponer que disfruta regodeándose de aquel malhadado “no es no” de Pedro Sánchez cuando los populares pidieron su abstención en la investidura de Mariano Rajoy, a quien no contestaba ni a las llamadas telefónicas.

Lo dicho: por Santiago, se despejaran algunas incógnitas. Si no hay investidura, nos vamos a septiembre, cual malos escolares. Y si la cosa continúa entonces como hasta ahora, pues a votar de nuevo en noviembre, aunque las arcas de los partidos deben estar exhaustas de tanta campaña. A estas horas, la única certeza es que seguiremos viendo cosas insólitas. Sea como sea, se hará realidad la máxima bíblica de “por sus actos los conoceréis”. Nos vemos en septiembre con los Presupuestos Generales del Estado y -es de suponer- los de la Generalitat, como motivo de debate y esparcimiento.