Los de ERC han celebrado su Congreso Nacional, al parecer con más participación de su militancia que en citas anteriores, unas 5.195 personas en total --el 57,14% del universo de posibles votantes, lo que supone un incremento de 24 puntos-- que, mayoritariamente, en un 88,34%, ha decidido confirmar el liderazgo de Oriol Junqueras y de Marta Rovira como jefes absolutos del tinglado republicano. El uno dirigirá desde su celda, a golpe de carta, a lo Oscar Wilde, o de mensaje en botella lanzada por el desagüe, y la otra, desde la fábrica helvética de queso y chocolate de Willy Bonka, disfrutando del cromo de oro que te toca cuando corres como alma que lleva el diablo cuando hay que correr.

Los dos serán artífices de las maniobras orquestales en la oscuridad del partido de carlistas separatistas --aunque ya no tanto-- catalán, mientras Pere Aragonés, como coordinador nacional, y Marta Vilalta, como secretaria general adjunta y portavoz, se pelearán el día a día que pasa, ya lo habrán visto, por un acercamiento de posiciones con los Comunes y con la CUP, buscando cimentar una entente cordial de cara a los nuevos tiempos que se avecinan. Porque con los otros, ya se llamen Junts per Catalunya, la Crida, el Consell per la República o el PDeCAT, los republicanos no quieren ir ni al notario a heredar, que ya es decir. Asombra ver cómo tras tanta cohabitación y lujuria, los amantes acaban con el alfanje en la boca, a lo Sandokán. Y es que a los republicanos y a los convergentes les va como anillo al dedo aquel coloquialismo de "tras aquellos polvos, estos lodos".

Para aguarle el café a Junqueras, Carles Puigdemont hará lo que haga falta. De elecciones autonómicas nada, aunque a los encausados les caigan más años de mazmorra en la isla de If que al abate Faria y a Edmond Dantès juntos. Las elecciones sólo cuando Dios proponga y Artur Mas disponga; es decir: en primavera, cuando tras haber cumplido su inhabilitación, el más astuto, el más taimado y deleznable de todos los políticos catalanes, decida volver en loor de multitudes. Que el rebaño de cabras anda perdido triscando por el Sinaí y no da pie con bola. La estrategia pactada pasa por tener a Quim Torra de unabomber en el Ministerio de Interior, echando ratafía al fuego; al enajenado de Waterloo de agitador en Asuntos Exteriores, y al maniquí que se quiso besar pero no llegó de Presidente Salvapatrias.

Y es que la sentencia del Tribunal Supremo por los hechos juzgados, referidos a septiembre y octubre de 2017, es inminente. No llegará en octubre, como muchos creen. Y no lo hará por muchos motivos. El más importante es que termina el plazo que la ley determina debe durar la prisión provisional de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart; plazo que de ser agotado sin sentencia en firme debería ser renovado. Pero no menos importante es el hecho de que octubre es mes lleno de efemérides de exaltación nacionalista. Y a Manuel Marchena no se le escapan esos detalles. La sentencia no puede "aterrizar" cual bomba de relojería el día 1, dos años después del butifarréndum; ni el día 3, jornada en que todo un país se detuvo y tot el camp fue un clam histérico --aguado, eso sí, por el discurso de Felipe VI llamando al orden--; tampoco puede coincidir con los días 10 y 27, cuando se fecundó la republiqueta, aunque fuera con la puntita nada más. Finalmente no puede hacerse pública el día 8, cuando el constitucionalismo inundó Barcelona en masiva protesta, ni el día 12, fiesta nacional de los despiadados ñordos, odiada con toda el alma por los hiperventilados hispanofóbicos.

No. Marchena no pasará por esa horca caudina de los samnitas del nordeste ibérico. No lo hará después de un juicio abierto e impecable en forma y fondo. No lo hará sabiendo que los siguientes capítulos pasan por el Tribunal Constitucional y por el TEDH de Estrasburgo. Tendremos sentencia entre el miércoles, día 25, y el viernes, día 27 de septiembre. No me pregunten cómo lo sé. Soy analítico por naturaleza, y aunque me equivoco con relativa frecuencia, acierto la mayor parte de las veces. Todo está redactado, listo. Y sabemos algunas cosas e ignoramos otras...

Los procesados no serán notificados por vía administrativa, serán trasladados a Madrid, donde se les comunicará, a ellos y a sus abogados, el dictamen, por lectura abreviada --imposible leer cientos, miles de páginas--; la sentencia será unánime, sin disonancias ni disidencias. Ni la más mínima fisura. Los siete magistrados lo son y orgullosos, gracias a Dios. Esas sentencias, sin llegar a posiciones maximalistas, serán inevitablemente duras. Realmente duras. Todos los juzgados son culpables --y no hay que ser catedrático de Derecho Penal para aventurarlo-- de desobediencia reiterada. Sus actos fueron volitivos --es decir: libres, conscientes y voluntarios; querían hacer lo que hicieron y no vale encomendarse ahora a San Judas Tadeo--; prevaricaron, sabiendo perfectamente que prevaricaban; malversaron caudales públicos --de nada sirven las facturas negativas o de "abono" de los proveedores paniaguados de la Generalitat, el encargo computa automáticamente como gasto realizado--; son culpables de sedición sin paliativos, aunque con el agravante de tentativa de "rebelión", porque la violencia generada por sus actos es más que evidente y afectó a unos y a otros. Por si fuera poco, Puigdemont, Rovira, Junqueras y todos los implicados habían sido alertados por Josep Lluís Trapero y la cúpula de los Mossos de que la sangre podría derramarse y la situación era pura nitroglicerina. Y aun sabiéndolo decidieron proseguir con su plan, a pesar de todos los pesares, en una estrategia calculada, perseguida y mantenida a lo largo del tiempo, lo que abre, además, la puerta al agravante de "estructura u organización criminal"... ¿Les parece desmesurado? No lo es en absoluto, queridos lectores, es solo la verdad desnuda, aunque sea de dura digestión.

Oriol Junqueras será condenado a no menos de 14/16 años de cárcel e inhabilitación; unos 12/14 años para Carme Forcadell; alrededor de 10/12 años para Sánchez, Cuixart y Joaquim Forn, consejero de Interior; unos 8/10 para el resto de consellers. Bastante menos para Santi Vila, que supo saltar por la borda dos curvas antes de la debacle. Algunos interrogantes imposibles de contestar son los referidos a si el Tribunal Supremo atenderá o desoirá la petición de la Fiscalía de que los acusados no puedan beneficiarse de tratamiento penitenciario especial antes de haber cumplido al menos la mitad de sus sentencias, tal y como solicitaron. Tampoco queda claro el que esas sentencias se cumplan en cárceles catalanas --visto lo que hemos visto con Oriol Pujol--, o en centros penitenciarios repartidos por la geografía española.

Esta es mi visión, muy meditada, acerca de este asunto. Puedo equivocarme por completo, porque desconozco el alcance de los tentáculos de muchos de los políticos infames --hablo de Jordi Pujol, sin ambages, o de la ambición y necesidad de pactos de Pedro Sánchez o Miquel Iceta--, que controlan la tramoya y se mueven tras la bambalina del teatro de la democracia impostada. Sólo sé, y confío en ello a la hora de aventurar lo que acabo de escribir, que si el Poder Judicial se respeta a sí mismo, y estoy convencido de que así es, la sentencia, huyendo de maximalismos, no puede diferir es exceso de lo que estoy apuntando; habida cuenta de que un montón de crímenes contra la cohesión, la armonía, la paz social y la convivencia de una comunidad humana, que ha quedado hecha trizas para siempre, han sido perpetrados, con premeditación y alevosía, por designio de un puñado de miserables... ¿Lo dudan? No sean ingenuos ni benevolentes. Uno no puede permitirse morir contándose mentiras.