Con motivo del desarme de ETA han reaparecido --en realidad, nunca se fueron-- los que no aceptan la derrota de la organización terrorista y parece que añoren el pasado. Cuando ETA anunció el cese definitivo y unilateral de la "actividad armada", no se lo creyeron y dijeron que era otra tregua trampa. Entonces exigieron que entregara las armas y se disolviera.

Cuando se desarma, tampoco se lo creen, y vuelven a exigir la disolución. Cuando se disuelva, como ya adelantan ahora, la condición será que pidan perdón, que ayuden a resolver los atentados sin esclarecer y que paguen lo que deben a las víctimas. Todas estas exigencias son razonables ante una organización que ha causado más de 800 muertos y tanto sufrimiento durante casi medio siglo, pero lo que no se puede es nublar la vista y distorsionar la realidad. No se trata de premiar a nadie por dejar de matar, y la prueba es que no se ha hecho, sino de aceptar que la nueva situación pide nuevos comportamientos. Por ejemplo, otra política penitenciaria puede favorecer el acercamiento de los presos a Euskadi, una cuestión que ya se planteó incluso cuando ETA asesinaba.

No se trata de premiar a nadie por dejar de matar, sino de aceptar que la nueva situación pide nuevos comportamientos. Por ejemplo, otra política penitenciaria puede favorecer el acercamiento de los presos a Euskadi

Este empecinamiento no concierne tanto al Gobierno, que al fin y al cabo aplica la estrategia de no hacer concesiones, y hasta ahora no le ha ido mal, sino al coro compuesto por algunos medios de comunicación, periodistas e intelectuales que se empeñan en querer hacernos creer que ETA no ha sido derrotada y que niegan el triunfo de la democracia y del Estado de derecho frente a los terroristas.

El argumento principal de este pensamiento reaccionario es que ETA no ha sido derrotada porque está presente en las instituciones. En primer lugar, no es ETA la que está en las instituciones, sino sus antiguos cómplices o los representantes de sus apoyos sociales, lo que no es lo mismo, a no ser que se piense que todo es ETA. En segundo lugar, el argumento es falaz porque cuando ETA asesinaba lo que los demócratas pedían era que dejara las armas e hiciera política en las instituciones. Pues eso es lo que han hecho. ¿Dónde, si no, había que canalizar el apoyo social a los terroristas? ¿Dónde tenían que hacer política Batasuna y el abertzalismo radical? ¿O es que había que eliminarlos de un plumazo o vetarlos a todos?

El desarme de ETA, escenificado el pasado 8 de abril, fue un paripé, como lo fue la conferencia en el palacio de Ayete de los supuestos mediadores internacionales cuando ETA anunció el abandono de las armas hace cinco años y medio. Pero, como dice Alfredo Pérez Rubalcaba, el ministro del Interior del fin de ETA, si el precio a pagar era esa escenificación, él hubiera estado dispuesto a sufragar de su bolsillo el viaje de Kofi Annan o de cualquier otro de los mediadores. ¿Quién podía imaginar en los años de plomo que ETA iba a dejar el terrorismo de manera unilateral y sin contrapartida alguna? Porque eso fue lo que ocurrió.

Ese grupo de irreductibles sigue hablando de la imaginaria victoria de ETA. Podían dedicar sus esfuerzos a combatir el relato de Arnaldo Otegi y de la llamada izquierda abertzale, que se atribuyen el fin de la violencia

En lugar de reconocer esa realidad, ese grupo de irreductibles, con Jaime Mayor Oreja a la cabeza, sigue hablando de la imaginaria victoria de ETA. Podían dedicar sus esfuerzos, sin embargo, a combatir el relato, como se dice ahora, de Arnaldo Otegi y de la llamada izquierda abertzale, que se atribuyen el fin de la violencia. Su giro político contribuyó al desenlace, pero con ETA acabó el Estado, mediante la policía, la justicia y la política antiterrorista.

Para combatir ese relato, sin embargo, hay que empezar por admitir la derrota de ETA y la victoria de la democracia. Si ETA hubiese obtenido algún triunfo, y se hubiera impuesto la versión que vende el mundo abertzale radical, el independentismo vasco no estaría como está, en mínimos y con escasas perspectivas de crecimiento. ETA fue derrotada por primera vez el 20 de octubre de 2011, el día en que comunicó el abandono de las armas, y ahora, con el anuncio del desarme, ha sufrido su segunda derrota.