Enorme sorpresa ha causado la detención en la italiana isla de Cerdeña del expresident de la Generalitat, Carles Puigdemont, nada más bajar del avión por policías de paisano, como consecuencia de la orden de búsqueda y captura del Tribunal Supremo. La euroorden que en su día emitió el juez Pablo Llarena seguía en pie, aunque lo cierto es que ya nos habíamos olvidado de ella, y se ha podido ejecutar una vez que el prófugo perdió su inmunidad como eurodiputado. Recordemos que el Parlamento Europeo le retiró ese privilegio y, finalmente, el Tribunal General de la UE confirmó el acuerdo de la eurocámara frente al recurso de amparo interpuesto por la defensa de Puigdemont.

Ahora bien, está por ver qué ocurrirá en las próximas semanas con el famoso fugado porque en Alemania los jueces del tribunal regional de Scheswig-Holstein consideraron que solo podían enviarlo a España para ser juzgado por el delito de malversación, pero no por rebelión ni sedición. Su detención pues se saldó con una victoria política y propagandística del líder de Junts per Catalunya frente a la justicia española, y ese éxito reforzó su protección legal en Bélgica como político “exiliado”, cuya justicia difícilmente lo entregará a España.

En los próximos días se librará una guerra jurídica y política sobre si esa detención es válida o no, por cuanto parecía que ningún Estado europeo iba a ejecutar ese mandato hasta que el Tribunal de Justicia de la Unión Europa resolviese las cuestiones prejudiciales interpuestas por Llarena sobre el funcionamiento de las euroórdenes. Este es el primer asalto en el que su abogado Gonzalo Boye va a entregarse a fondo. Pero si no es liberado, sino que su caso acaba siendo examinado por un tribunal italiano, Puigdemont alegará las mismas razones que le sirvieron en su día para librarse de ser entregado por Alemania y Bélgica. Y a todo ello añadirá ahora la concesión de los indultos por parte del Gobierno español a los condenados por el procés como demostración de que la suya se trata de una causa política. Es imposible saber qué puede ocurrir, aunque en Italia un presidente regional que montase un referéndum de independencia acabaría en la cárcel por bastante menos de lo que hizo Puigdemont y los suyos. Italia no es Francia, pero se le parece bastante en cuanto a la defensa de su unidad territorial.

El expresident fugado se encuentra en horas políticas muy bajas, tanto en Cataluña como en Europa. El Parlamento de Estrasburgo ha pedido investigar si los contactos de Puigdemont con Rusia amenazaron la estabilidad de la Unión Europea, y los contactos del jefe de su oficina, Josep Lluís Alay, con la mafia rusa le han supuesto un desprestigio enorme. Si esta vez es entregado a España, esta segunda caída significará su paso definitivo al ostracismo. Pero si de nuevo sale vivo, si es puesto en libertad en los próximos días o semanas, volverá a recuperar la aureola de héroe victorioso del secesionismo, cuya gasolina es siempre la emocionalidad y el victimismo.