Ha llegado el día y la noche de los mejores deseos para el próximo año, y las familias indepes tendrán más que razones para tararear –o versionar en su lengua materna— la letra de la famosa (y machista) canción de Jennifer Lopez: “Me has dado tanto que he estado pensando ya lo tengo todo, pero… y ¿el anillo pa’ cuando?”. Los independentistas han recibido ingentes ayudas económicas por ser fieles a la tribu, han asimilado toda clase de halagos y mensajes apologéticos como pueblo elegido un sol poble, han cancelado cualquier vestigio de su pasado, presente y futuro hispánico… En fin, estas familias tienen más razón que la Jenni cuando exigen la alianza –definitiva e irrenunciable— con su única lengua y su exclusiva nación.

El avezado consejero Giró sabe muy bien que ese compromiso con su famiglia existe, de ahí que no haya tenido pudor alguno para evacuar, como buen tió de Nadal, un titular ilusionante: “Pronto habrá un referéndum de independencia en Cataluña”. La proximidad de la Nochevieja le ha llevado a asegurar que dicha consulta será “acordada con el Estado y, por ello, vinculante”. Lo que no ha precisado es si los catalanes llamados a las urnas serán solo los catalanohablantes, siguiendo la doctrina Laura Borràs (una, grande y libre). Debe ser que los catalanes castellanohablantes, que son mayoría, no pueden ser convocados para tal decisión por no tener carta de ciudadanía nacionalista. Del resto de españoles, ni hablamos. Otro ejemplo de “derrota de la democracia”, esa que Sánchez Cuenca, faro filosófico de los podemitas, sigue sin entender.

El presidente de la Generalitat, otrora joven barbudo diligente divulgador del Espanya ens roba, también ha reforzado esa doctrina segregacionista. Y para ese fin se llevó en procesión a las cámaras y maquilladoras de TV3 a Santa Coloma de Gramenet para asegurar que su llengua pròpia no se toca. En un sentido físico, tales tocamientos pueden generar tanta repulsión como atracción, o indiferencia. Así que todo iría mejor si cada uno se palpase la suya, por necesidad, antojo o discreción.

Todo apunta a que la política lingüística, viga central del edificio nacionalcatalanista, no pasa por su mejor momento pese a los miles y miles de millones de dinero público gastados para imponer el discurso monocorde y la práctica cultural excluyente. Por cierto, la última partida millonaria concedida gracias a una enmienda senatorial del PP.

Un ejemplo inolvidable e insuperable de esas inversiones publicitarias fue la campaña difundida en 1997 desde el gabinete lingüístico de la Universitat Autònoma de Barcelona. Entre los docentes y alumnos de Bellaterra se repartió una cajita de comprimidos/supositorios (imaginarios) con un extensísimo y desplegable prospecto (real) denominado Lingual forte (sic), con el fin de tratar aquellos pacientes –bien identificados— que se resistiesen a la “normalización” del catalán. No recuerdo que nadie denunciase aquel tremendo dislate identitario e intolerante.

Por aquellos tiempos Pere Aragonès García era un adolescente de 15 años. Qué difícil debe ser renunciar a la intolerancia, después de haberse criado envuelto por ella, sea por el contexto político o familiar. Pero en días como este, siempre cabe la ilusión y el deseo de que 2022 sea el año en el que, por fin, se interiorice el respeto y la pluralidad, sobre todo entre los aún obcecados con la gran mentira de la llengua pròpia. Y, a ser posible, lo del anillo lo dejamos para uso personal y privado, pero nunca comunitario.