Cada vez más frecuentemente asistimos a la utilización partidista y política por parte de los separatistas de cualquier evento que se precie en Cataluña. Esta actitud la inició el president del Parlament, el señor Torrent, con ocasión de la celebración del día del patrón de la abogacía, San Raimundo de Peñafort, en el Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona, pese al pacto de caballeros firmado por las partes en contra de ello. Pero, ya se sabe, ¿para qué están los pactos? Pues a la luz de lo visto y según han demostrado los independentistas, para incumplirlos. Le siguió la alcaldesa de Barcelona, que plantó al Rey en el Mobile Word Congress porque, según ella misma manifestó, "se negaba a rendirle pleitesía". Y a partir de ahí se han ido sucediendo hechos consecutivamente hasta el punto de obligar a los letrados de la Mesa del Parlament a interponer una querella contra un magistrado porque a la citada Mesa --y para ser más precisos, principalmente a su president-- no le gustó la resolución dictada y decidió querellarse contra la misma, eso sí, con cargo a dinero público y por tanto en detrimento de fondos para beneficio de todos los catalanes como sanidad, seguridad, etc.

Y ahora, cómo no, Sant Jordi. Preciosa fiesta tradicional catalana que ha visto cómo la sangre que brotó del cuerpo sin vida del terrible dragón y que fue convertida en una rosa roja por el caballero San Jorge para dársela a su princesa, se ha convertido en una rosa amarilla, color usualmente identificado con la mala suerte.

Así, la tradición asoció este color al azufre de los infiernos y se remonta esta creencia a los tiempos de la Inquisición. En el teatro no está permitido el uso de este color porque Molière murió después de estrenar su obra vestido de amarillo. Fue igualmente denostado el amarillo en los orígenes del sindicalismo revolucionario, siendo conocidos como "sindicato amarillo" aquellos que traicionaban la noción de lucha de clases. En la prensa es igualmente utilizada en sentido negativo siendo conocida como "prensa amarilla" aquella que distorsiona la realidad con fines espurios, por poner unos ejemplos. Curioso, ¿no creen?

En este Sant Jordi hemos visto tristemente una vez más en las calles de Barcelona una clarísima fragmentación de la sociedad catalana

En este Sant Jordi de 2018 hemos visto tristemente una vez más en las calles de Barcelona una clarísima fragmentación de la sociedad catalana. Y no se trata de que todos pensemos igual, pues es bueno que haya diferencias de opinión, pero que no se utilicen las instituciones públicas --que sí deben representar por igual a todos los catalanes-- ni las celebraciones populares de forma partidista.

De la misma forma que no se puede --aunque lo hagan-- utilizar por parte de un presunto gobierno en el exilio el escudo oficial de la Generalitat de Cataluña, como ha hecho el señor Puigdemont y sus seguidores en la web governrepublica.org (que deriva a defensaexili.org). Una página en la que --ubicada en un paraíso fiscal para conseguir fondos-- se hace autobombo de la internacionalización del conflicto, eso sí, cometiendo nuevos delitos. Porque, total, como hace tiempo que se han instalado al margen de la ley y se consideran por encima del bien y del mal, todo vale para ellos, que el resto de los mortales seguiremos intentando ser más o menos correctos ciudadanos y no cometer delitos. Y es que pagar con dinero público una querella como la que ha dado instrucciones de interponer el Parlament es un delito; interponer esa misma querella contra un magistrado por no gustarte su resolución es un delito; forzar la legitimación para la interposición de una querella por parte de una institución que debe ser imparcial es un delito, y utilizar imágenes oficiales de una administración pública autonómica en páginas no oficiales es un delito.

Empieza a ser realmente urgente que nuestros políticos se pongan manos a la obra y que formen un gobierno estable para dirigir esta comunidad que tan necesitada está, y de paso, que se gobierne para todos los catalanes y no sólo parcial, subjetiva, ilegal y recurrentemente en beneficio de sólo una parte de los catalanes. Y puestos a pedir, que vuelva el sentido de responsabilidad y de la realidad, ¡el seny! Y recordemos todos que la sangre --del dragón-- es roja, nunca amarilla.

Qué desazón invadiría a Sant Jordi si viese que tan maravillosa historia se ha teñido de color por oportunismo, descaro, sectarismo excluyente e irresponsabilidad política. Abogo por un Sant Jordi 2019 con un president de la Generalitat de Cataluña que recupere esta preciosa tradición con vocación de cohesionar esta cada vez más fragmentada sociedad catalana, y ni amarillas, ni rojigualdas, ni blaugranas, ni blanquiazules, sino que vuelvan a llevar todas las catalanas en su mano una rosa roja, pues roja era la sangre del dragón. Si Sant Jordi levantase la cabeza...