Las formas de la negociación lo son casi todo cuando las expectativas del contenido son modestas o no pueden materializarse hasta fecha inconcreta por depender de iniciativas que se escapan a la realidad parlamentaria del momento. La cuestión es que la necesidad de los impulsores del diálogo de sacar algún rédito político cuanto antes les hace sobrevalorar la gesticulación y la interpretación política de la misma como sucedáneo de los acuerdos.

La celebración de la primera reunión (o reunión cero, como dijo Torra) de la mesa negociadora en la Moncloa es todo un síntoma de la coincidencia existente entre los interlocutores para dar valor a las formalidades protocolarias que subrayan el reconocimiento mutuo imprescindible para sentarse a hablar.

Por unas horas, el estado ya no es el habitual represor de la democracia intrínseca del independentismo sino anfitrión atento e interesado en hablar civilizadamente del conflicto; tampoco los independentistas son durante este paréntesis agentes destructores de la convivencia en Cataluña sino representantes políticos de un gobierno que rezuma buena voluntad para alcanzar acuerdos sólidos.

Esta exquisitez parecerá poco a los escépticos, pero, viniendo de donde venimos, es un buen comienzo. Que podría haber sido mejor si el gobierno Torra no hubiera optado a última hora por desnaturalizar el diálogo entre gobiernos, fórmula que hace unas semanas parecía, para el independentismo, requisito irrenunciable para una negociación auténtica. Un giro escénico que tiene un mensaje transparente.

Los socios, o ex socios, según el día, del gobierno Torra quieren estar directamente representados en la mesa; seguramente porque la confianza no es la principal virtud de la coalición y, complementariamente, por el interés de Carles Puigdemont en disponer de su propia voz en el diálogo, aunque sea por persona interpuesta.

Y además de haber sido convocada en la Moncloa, la reunión fue larga, otro detalle satisfactorio. Y Torra habló en la sala de prensa oficial y antes se había paseado por los jardines del complejo presidencial con su homónimo español, de forma distendida y amable.

Una jornada repleta de gestos complacientes que los optimistas considerarán un buen augurio y los pesimistas una manera como cualquier otra de avanzar en círculo hasta que haya elecciones en Cataluña.   

¿Y los acuerdos? Bueno, no nos precipitemos. De momento se trata de capitalizar el lenguaje, de hablar de delegación catalana y delegación española para deleite de quienes viven en la república;  de repetir una y otra vez las posiciones de salida, los unos que no se moverán de la trilogía independentista (autodeterminación, amnistía, mediador) y los otros en centrar el foco en los 44 puntos de la agenda del reencuentro en la seguridad jurídica. Keep Calm.

Hay calendario y eso ya es algo. Ahora falta establecer el guion del diálogo de forma consensuada, lo que probablemente forzará la primera escenificación de las renuncias iniciales para dar credibilidad a las reuniones. Un momento delicado que todas las partes intentarán retrasar lo máximo posible. La fase de tanteo puede ir para largo.