El gobierno ha conseguido renovar el estado de alarma sin mayor dificultad que apelar al sentido de estado de Ciudadanos, concediéndoles reuniones periódicas para estar al caso de futuras decisiones, y negociar con el PNV una alusión a una mayor corresponsabilidad de las comunidades autónomas en la desescalada, además, claro de procurar que los planes del lehendakari Íñigo Urkullu para convocar elecciones autonómicas en cuanto se pueda no encuentren obstáculo alguno. El estado de alarma se ha convertido para Pedro Sánchez en un preciado instrumento de gestión al que le va a costar mucho renunciar, a pesar de que en cada reedición pierde votos y de que la modificación (a mejor) de las circunstancias sanitarias parecen aconsejar ciertos cambios en el modelo seguido hasta ahora.

El PSOE sabe cómo apelar en el último minuto a los partidos de estado ante una emergencia y mejor aún ante una crisis como la provocada por el coronavirus, justamente sacando a relucir la necesidad de compartir el sentido de estado. En esta ocasión, el argumento le ha servido para mantener a Ciudadanos en el sí y forzar al PP a quedarse en la abstención, cuando Casado venía amenazando reiteradamente con el no más rotundo. Los dirigentes del PNV son negociadores profesionales, además de socios de gobierno en el País Vasco, y por ahí no suelen encontrar obstáculos insalvables.

La aceptación por parte del PSOE de las condiciones de Inés Arrimadas para mantener el apoyo al estado de alarma no permiten presumir un acercamiento general de los socialistas a Ciudadanos; más bien parece la aplicación de una de las múltiples figuras de la geometría parlamentaria, justificada en la responsabilidad de estado. ERC apostó por acorralar a Sánchez para enviarle un mensaje de advertencia y acabó recibiendo una pequeña lección de política práctica y de la capacidad de un gobierno para alcanzar acuerdos inesperados. Queda mucha crisis (un presupuesto muy delicado y un pacto de reconstrucción, o 17, de difícil materialización) para comprobar si el contacto frecuente entre Sánchez y Arrimadas puede acabar en nuevas colaboraciones. Pablo Iglesias siempre estará al acecho.    

El presidente Sánchez, como todos los dirigentes de la política española, tradicionalmente, tiene dificultades para interpretar a los independentistas catalanes. Los socialistas suelen creer suficiente con blandir el peligro de un gobierno del PP para atenuar sus reticencias. Esta argumentación no funciona siempre con ERC y menos todavía con JxCat, como comprobó Sánchez en primera persona hace poco más de un año. Confiar en los efectos del fantasma del PP para asegurarse el favor de los republicanos es como jugar a la ruleta rusa en versión catalana.

El nacionalismo catalán tiene, desde Prat de la Riba pasando por Jordi Pujol y hasta los actuales dirigentes independentistas, una posición política segura donde refugiarse cuando andan desorientados: intentar hacer encallar al estado.  Actualmente, sería más preciso decir embarrancar el gobierno del estado, porque la desestabilización del Estado, con mayúsculas, queda fuera de su alcance, como se vio no hace tanto.  

Buscar la manera de encallar la política española no se sabe exactamente para qué es por el momento el objetivo más ambicioso que maneja el independentismo después de la frustración del otoño de 2017 y tras enterrar oficialmente el peix al cove. JxCat y sus consejeros en el gobierno Torra están instalados desde hace años en dicho refugio seguro (electoralmente) desde el que torpedear la política española; no así ERC que entra y sale del bunker antiespañol, según las circunstancias y según la fuerza que cree tener en cada circunstancia para resistir el acoso de sus compañeros de viaje. 

La crisis del coronavirus y la instauración del estado de alarma (asociado según ellos a un 155 sanitario) ha mantenido a JxCat claramente enfrentados al gobierno Sánchez, sin desperdiciar ni un minuto ni un incidente institucional para afear a ERC su apoyo al gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos. El implacable marcaje de las gentes de Puigdemont y su potente entorno mediático, sumado a la escasa atención que les presta Sánchez desde hace algunas semanas, han acabado por hacer mella en el partido de Oriol Junqueras. Ayer, los republicanos acabaron por enfilar el camino al refugio salvador de toda la vida, aun a cuenta de sumarse al grupo de la irrelevancia política en el Congreso en el que ya están, desde el primer día, JxCat y la CUP.