El retorno de las vacaciones presenta para los ciudadanos un panorama poco reconfortante y unas previsiones nada halagüeñas. La situación económica reviste tintes sombríos. La cuesta de septiembre es la más empinada de los últimos años.

A la vuelta del estío, los feligreses se tientan la ropa antes de acometer dispendio alguno, pues el horno no está para bollos y en el futuro inmediato pintan bastos. De ahí que la demanda ande alicaída y anémica. La inflación no da tregua y sigue trepando al ritmo demoledor de un 10%, con la consiguiente merma del poder adquisitivo del pueblo soberano. La cesta de la compra se ha encarecido sobremanera. Ya son legión quienes no pueden permitirse ni siquiera la adquisición de productos de primera necesidad.

Los costes de la energía continúan por las nubes. Los expertos advierten de que tal situación no va a cambiar a corto y medio plazo. Por el contrario, calculan que los precios se mantendrán así bastante tiempo. La guerra de Ucrania, que prometía ser un paseo triunfal del ejército ruso, se ha empantanado en un toma y daca. Amenaza con prolongarse de forma indefinida. Mientras el conflicto bélico siga vivo, costará dios y ayuda embridar las tarifas de los combustibles.

Por si esto fuera poco, el volantazo de Pedro Sánchez en el viejo asunto del Sahara, que traicionó a Argelia para plegarse a los designios de Marruecos, no puede haberse desencadenado en peor momento. Abofetear con semejante alevosía a nuestro principal suministrador de gas natural es un disparate inmenso que nadie se explica. Si alguien espera que el presidente revele algún día los motivos de su giro copernicano, que abandone toda esperanza.

Entre tanto, la economía pierde fuelle a marchas forzadas. Las perspectivas para el tercer y cuarto trimestre del ejercicio en curso no son positivas. El Gobierno podría insuflar recursos a mansalva a los ciudadanos, mediante una rebaja generalizada de impuestos. Hay motivos sobrados para ello.

Pero Sánchez no está por la labor, porque esa saludable política no figura en el ADN de los socialistas y mucho menos aun en el de los comunistas de Podemos. La concatenación de bazas desfavorables acaece mientras los españoles sufragan a escote un Gobierno mastodóntico, el mayor de la historia, trufado de carteras perfectamente prescindibles. Para los miembros de esa coalición, el objetivo cardinal de la Administración consiste en exprimir el bolsillo de los contribuyentes sin tasa ni respiro. Piensan que ellos disponen de las recetas mágicas para distribuir la riqueza del país. Pero como la caridad bien entendida empieza por uno mismo, los ministros y ministras, a su vez, han tenido la ocurrencia de rodearse de una legión de más de 800 asesores y paniaguados, todos a sueldo del erario con opíparas retribuciones.

Las arcas de la Agencia Tributaria rebosan más que nunca, merced a la inflación. Pese a tal circunstancia, la deuda nacional sigue engordando de forma incoercible. El primer semestre lo ha hecho a un endiablado ritmo de 270 millones diarios. Ello significa que la actual generación está volcando sobre las siguientes unas cargas insoportables. Pero eso no parece importarle lo más mínimo a nuestros amadísimos gobernantes, empeñados en gastar a todo trapo.

Pedro Sánchez ha dado muestras palmarias de que alberga una idea enfermiza entre ceja y ceja. No es otra que mantenerse a toda costa en La Moncloa, pese a quien pese. Cuanto más tarde en rectificar su contumacia en el error y su obstinación, más dura será la caída.