El CIS nos dijo ayer que el 87,6% de los ciudadanos creen que las medidas tomadas por el gobierno Sánchez para combatir el virus eran necesarias o bastante necesarias. A Pablo Casado el dato le llegaría tarde, porque él seguía asegurando desde su escaño en el Congreso que la acción gubernamental ha sido un desastre sin paliativos. El líder del PP es una bendición electoral para Pedro Sánchez, aunque su beligerancia desenfrenada no sea una buena noticia para el país. En estos tiempos se agradecería una cierta cooperación entre gobierno y oposición para salir del paso de la emergencia y enfrentar la principal urgencia de la calle según el último barómetro gubernamental: la crisis económica, por delante del paro y el virus.

Difícilmente Casado le ganará las elecciones a Sánchez con el virus por bandera, porque la pandemia quedará lejos (salvo grave repunte del contagio) y las dificultades económicas serán las que no dejaran dormir a los electores. La referencia casi suena ya a cursilada de tan manoseada, pero otra vez será la economía, estúpidos, lo que decidirá los comicios. Sánchez ya está ahí, en los presupuestos de reconstrucción, Pablo Iglesias también, por descontado, e Inés Arrimadas va llegando. Al PNV no hay nada que le guste más que hablar de dineros y a ERC le falta un empujón por determinar, además de reunir a la mesa de negociación para decidir que seguirán viéndose tras el verano.

El presupuesto será extraordinariamente expansivo. Bruselas aportará líquido, facilidades para saltarse la regla de la contención del déficit, abrirá las puertas al endeudamiento y defenderá una nueva ortodoxia para salir de la crisis sin apelar a la austeridad. Los recortes quedarán para más adelante y la eterna discusión sobre la bondad o el maleficio del incremento de la presión fiscal a las sociedades y a los más ricos difícilmente se va a resolver en los próximos meses, aunque algunos expertos como Piketty y Stiglitz quisieran dicha reforma fiscal para mañana mismo. Habrá dinero para la reconstrucción, entonces, ¿puede el PP permitirse el lujo de no participar en un consenso amplio sobre los muchos planes y programas que verán la luz a partir de estos presupuestos?

La lógica nos diría que no y seguramente los presidentes autonómicos pertenecientes al PP estarán de acuerdo en que alejarse de esta negociación es un error mayúsculo. Sin embargo, Casado parece estar convencido de poder triunfar con una oposición feroz, incluso debe creer que le ofrecerá rédito actuar como quintacolumnista en Bruselas para endurecer las condiciones de la financiación correspondiente al Estado español, una apuesta transparente por los recortes sociales de tan mal recuerdo para tanta gente.

A Pedro Sánchez le viene bien la rigidez de Casado (y la de Vox) anteponiendo intereses ideológicos y presuntamente electorales a las exigencias del momento, confundiendo a Iglesias con Lenin y magnificando la modesta fuerza electoral de los independentistas en Madrid como un peligro real para el Estado. No hay colectivizaciones a la vista, ni secesiones para el año que viene ni Europa reprenderá a España por su gestión de la pandemia. La concatenación de tantos horrores es fruto de una imaginación disparatada cuya primera consecuencia ha sido la ruptura del frente de las derechas. Ciudadanos, de la mano de Inés Arrimadas, huye de tanto desastre en busca de una posición de centro que le permita negociar con el PSOE a pesar de su coalición con Unidas Podemos. Mejor dicho, aprovecha la presencia de Iglesias para centrar en su gestión la mayor parte de las críticas al gobierno, equilibrándolas con sus acuerdos con Sánchez; así mantiene la imagen de una oposición constructiva.

Ante una constelación tan favorable, al menos circunstancialmente, a Pedro Sánchez le falta dar con la manera de hacer entender a ERC que de la misma forma que Unidas Podemos contemporiza con el acercamiento de Ciudadanos y su deriva liberal, anteponiendo la estabilidad de un gobierno de progreso, ellos también pueden hacerlo. De momento, los republicanos independentistas están instalados en la ingenuidad del “ellos o nosotros”, ignorando el atractivo de la triangulación parlamentaria para un gobierno cuyo principal objetivo es durar lo suficiente para comprobar los efectos de la reconstrucción.

ERC debe sopesar la evidencia de que Ciudadanos tienen muchos más partidarios en el PSOE profundo que los que puedan tener ellos, que la mesa de negociación no llegará a grandes acuerdos en las próximas reuniones y en algunos temas (de autodeterminación en adelante) no se alcanzará compromiso satisfactorio alguno en las próximas décadas y que cualquier alternativa al gobierno actual sería un desastre para su alma de izquierdas. Lo que es difícil de aventurar es qué puede ofrecerles Sánchez para incentivar su acomodo a la realidad, sin agraviar a Arrimadas y a sus amigos socialistas.