Permítanme ser franco. Les hablaré con total franqueza. Estoy harto. Más que harto, hartísimo, y hasta tal punto en que estoy pensando en fabricarme un armazón cómodo y ligero que me permita mantener el brazo derecho alzado, en posición marcial de saludo romano fascista, para poder llevarlo así de la mañana a la noche, de forma descansada. De esta guisa podré salir a la calle y encaminarme a mis quehaceres diarios cara al sol, firme el ademán, provocando al personal a cada paso: «¡Dios guarde al Generalísimo, vida eterna a la momia de Francisco Franco; tres hurras por el glorioso alzamiento nacional, por Moscardó y el Alcázar; dos más por la Guardia Mora, las demostraciones sindicales, la Sección Femenina, con mantilla, peineta y ligueros; y un hurra final por el No-Do y los pantanos!»

Seguramente estarán ustedes preguntándose: "¿Pero qué leches le pasa a este buen hombre, se nos ha contagiado con el «coronilla virus», se ha vuelto loco, o qué?". Pues no, amigos, todavía no me he vuelto loco, aunque estoy en ello, progresando adecuadamente. Lo que ocurre es que me siento incapaz de aguantar por más tiempo --¡y lo que nos queda!-- a esta patulea de mamarrachos y soplagaitas marxistas que conforman el actual Gobierno de «salvación pobresista» de Pedro Sánchez I de España y V de Mora... ¡Menuda colección de cantamañanas! ¿De verdad nos merecemos esto? ¡Pero si son todos ellos como para echarles alfalfa en pesebre aparte! A ver, déjenme explicarme, que hoy estoy muy franco...

No transcurre día sin que Pablo Iglesias, vicepresidenta del Gobierno, nos deje perplejos y acongojados con sus llamadas en las redes a movilizarse en las calles contra la mega-ultra-non-plus-ultra extremísima derecha; incitando, cual Dolores Ibarruri o Buenaventura Durruti --¡No pasarán, camaradas!--, a montar barricadas y a convertir Madrid, y toda España, en la tumba del fascismo. Los días pares e impares, para que no le demos en exceso al caletre por ese escandaloso «Último Tango en Barajas» de Ábalos y Delcy y el oro expoliado a los venezolanos, o nos indignemos con lo de las menores tuteladas prostituidas en Mallorca, o nos deprimamos con el desplome de afiliaciones a la Seguridad Social en enero, socialistas y podemitas con cartera ministerial nos anuncian reformas en el Código Penal para dejar en libertad a golpistas irredentos con carácter retroactivo; revisión de la Ley de Memoria Histórica, a fin de tipificar como delito la apología del franquismo y machacar a los cuatro octogenarios del aguilucho preconstitucional que lancen vivas a Paquito; rehabilitación de la memoria de Lluís Companys y anulación de su juicio; una nueva e imprescindible Ley de Libertad Sexual y un montón de zarandajas más... ¡Esto, caballeros y caballeras, es un sinvivir, así no hay quien se centre en lo que importa!

Como ya intuía George Orwell en 1984 no hay mejor manera de mantener a la población en la más absoluta inopia, en la más atocinada ignorancia, que tapar problemas graves y reales con humo de problemas inexistentes creados ad hoc. O actuar como todos los tiranos, sátrapas y déspotas que en este mundo han sido, entregándose con deleite a la damnatio memoriae que permite, a golpe de cincel y martillo, condenar al olvido al incómodo de turno, eliminando su recuerdo de la memoria colectiva en monumentos, tímpanos e inscripciones. O incluso, al contrario, resucitándole a conveniencia, en plan «Re-Animator», porque aquí todo es posible, y si necesitamos un zombie, hacemos vudú y santas pascuas.

Cuando Franco murió en 1975 --yo estaba en primero o en segundo de periodismo--, todos lo celebramos. A la inmensa mayoría de españolitos de a pie el «generalísimo» nos importaba un rábano. Vivíamos nuestra vida, escuchábamos a los Beatles y a los Stones y fumábamos porros. Y una vez muerto nos importó un kilo de rábanos. No volvimos a pensar en él nunca más. Y es asombroso ver que 45 años después, bolcheviques de pacotilla que no vivieron ni el Mayo Francés ni la Transición, ni revolución alguna, ciudadanos que nacieron en democracia, en la era del tecno pop y de la Movida Madrileña, vivan obsesionados con el dictador hasta lo enfermizo y hagan bandera del guerracivilismo a todas horas.

Como muy bien reflexiona Félix de Azúa, en una entrevista publicada estos mismos días, la universidad española fue durante el franquismo un horror fascista, pero no obstante se enseñaban algunas cosas; porque había vida intelectual en las aulas. «Ahora --continúa explicando-- hay progreso material y una vida intelectual raquítica, sobre todo en las universidades. De ahí es de donde ha salido Podemos. Y tengo que decir que el periodismo no ha analizado bien que Podemos es peronista. Casi nadie sabe ya lo que era el peronismo, pero mi generación sí: era fascismo».

Y ocurre que estos peronistas, que se vanaglorian de ser el cortafuegos del fascismo, viven empeñados en adoctrinarnos a cualquier precio, contra viento y marea. Ya solo nos faltaría oír a Irene Montero, asumiendo el rol de Evita Perón superstar, llamarnos «mis queridos descamisados». Lo nunca visto en pleno siglo XXI, en el seno de una democracia moderna, en el marco de una Europa libre, lo vemos aquí para asombro de propios y extraños. Desde el mismísimo Gobierno nos venden ideología a espuertas, por un tubo, a todas horas, en un vergonzoso alarde de populismo zafio, descaradamente marrullero; porque el populismo sutil es siempre taimado, ladino, de intención aviesa, y requiere de una meticulosa estrategia y de un nivel de reflexión y cálculo previo que el coeficiente intelectual de personajes como Alberto Garzón, Pablo Echenique, los marqueses de Galapagar, Carmen Calvo y resto de mediocres socialistas, no alcanzará ni en mil años más de evolución.

Con Podemos no hay sutileza que valga, solo adoctrinamiento y consignas destinadas a los más necios. Ya saben. Si usted es hombre, es un machista, un violador y un asesino potencial; si se declara heterosexual, romántico y enamorado, seguro que es un heteropatriarcal homófobo que desprecia el poliamor, las parejas híbridas, la flexisexualidad y al colectivo LGTB; si es blanco, sale con la ropa limpia y planchada de casa, trabaja, tiene coche y manifiesta ser de clase media, seguramente será un racista o un burgués insensible; si declara sentirse orgulloso de su país, de su patria y de su identidad, no cabe duda de que usted es un fascista; y si se muestra preocupado por la educación de sus hijos, es usted un manipulador y merece que el Estado se los arrebate antes de que los corrompa hablándoles de asuntos trascendentales o de filosofía existencial.

Estos patéticos émulos de los jemeres rojos están aquí para enseñarle lo que usted debe decir, sentir, pensar, comer y creer; cómo obrar; de qué avergonzarse; cómo salvar al planeta; cómo ser más femenino y paritario y cómo cambiar la sociedad. Escúchenles con atención y no se equivoquen, porque no son dictadorzuelos, ni inquisidores, ni comisarios políticos. Es mucho más simple: usted se ha perdido en la complejidad del mundo, no posee suficientes elementos de juicio que le permitan discernir lo correcto de lo incorrecto, no tiene criterio, no tiene a quien le guíe en este laberinto y, sobre todo, está pidiendo a gritos ser reeducado.

Es todo tan surrealista que a este paso llegaremos a la esperpéntica situación de que prorrumpir en vítores a Paquito el facha acabe convirtiéndose en un símbolo de resistencia y libertad ante los nuevos dictadores de la mega ultra extrema izquierda. Tiene narices el asunto.