Las diferencias internas entre PSOE y Unidas Podemos habrían alcanzado la categoría de crisis de gobierno en otras circunstancias menos delicadas. Sin embargo, a día de hoy no hay alternativa viable a la actual coalición y constituiría un acto de lesa irresponsabilidad romper el Ejecutivo antes de recibir las multimillonarias transferencias europeas para la reactivación post-Covid. Los dos socios lo saben. El peso de la coyuntura impide movimientos convulsos, condenando a los protagonistas a aguantar el tipo al menos hasta las postrimerías de la legislatura, mal que les pese a unos tener que soportar las consecuencias del abrazo del oso y al oso le incomode el pataleo del aprisionado.

El catálogo de enfrentamientos entre los socios comienza a ser amplio. Los últimos choques afectan al salario mínimo, a la paralización de los desahucios, a la ampliación del período de cómputo de las pensiones y hasta, hace unas horas, también al decreto de prohibición del corte de suministros energéticos mientras dure el estado de alarma, salvado como es costumbre en el último suspiro. Las medidas que cuestan dinero tienden a enfrentarles mientras las iniciativas de carácter legislativo les permiten reencontrarse en su batalla contra las derechas. Algo comprensible viniendo de dónde vienen cada uno.     

La crisis multisectorial propiciada por el virus y la virulencia dialéctica de las derechas les mantienen unidos. Mientras que les separa el choque entre una cierta experiencia de gobierno heredada por los socialistas de sus mayores (por mucho que les critiquen) y la resistencia de los morados a asumir el grado de contemporización exigible en todo gobierno de coalición, dejándose llevar demasiado a menudo por las técnicas más elementales de la agitación política.

En el fondo están las encuestas. Desde hace meses el PSOE mantiene una discretísima tendencia al alza y Unidas Podemos un persistente retroceso que consolidan a la baja su cuarta posición entre los grupos del Congreso. La coalición gubernamental resistiría a una convocatoria electoral según todos los sondeos cuyos pronósticos no dejan duda de quién está capitalizando mejor el gobierno. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias son socios y rivales, sin embargo, a diferencia de lo sucedido hace unos años, ya no tienen los mismos objetivos electorales. Sánchez aspira al liderazgo del Estado e Iglesias pelea por seguir siendo imprescindible en un gobierno de izquierdas.

El oso no está en condiciones de asfixiar al socio porque sería probablemente un suicidio político, al menos durante algún tiempo; y es lógico que el socio muestre la incomodidad por verse abrazado de forma malintencionada. Esta es la foto del instante. Unidas Podemos considera imprescindible hacer saber que presiona a los socialistas hasta la extenuación, porque, sin ellos, el gobierno no sería el más progresista de la historia. El peligro de una divulgación permanente de su posición de minoritarios es que vaya a convertirse en un testimonio de impotencia, aunque tal vez no tengan otra opción que correr este riesgo para evitar la revuelta en sus propias filas de los decepcionados por el estreno gubernamental .

El PSOE está obligado a evaluar permanentemente las ventajas e inconvenientes de cada negociación, sabiendo (porque lo habrán estudiado en las comparativas de gobiernos de coalición) que la imagen de debilidad ante los aliados, fomentada por la oposición, debería quedar atenuada, finalmente, por la fuerza de la obra de gobierno. Llegadas las elecciones, nadie capitaliza mejor el balance gubernamental que el presidente del consejo de ministros, una tendencia que podría acentuarse en tiempos de una inversión pública de volumen desconocido.

De todo el catálogo de desencuentros, para los socialistas solo se intuye una línea roja: el futuro de la monarquía parlamentaria. El posicionamiento de un gobierno constitucional contra su propia forma de estado no es habitual ni institucionalmente defendible, más allá de la libertad de expresión que ampara a los dirigentes políticos. Y menos en las filas del PSOE, partido que se considera el alma máter de la Constitución de 1978. Justamente parece que Unidas Podemos ha identificado la aspiración republicana como el gran hecho diferencial respecto de sus aliados provisionales. Aquí hay un polvorín de imprevisibles consecuencias; a menos que Sánchez convenza a Iglesias de que las monarquías y la repúblicas no deberían caer por los desmanes y delitos de los ex reyes y los ex presidentes, que en su condición de sospechosos deben pasar sencillamente a manos de la justicia.