Ya tenemos Gobierno; ahora sólo falta que gobierne para dejar de pensar que tenemos más pasado que futuro. Pedro Sánchez anunciaba ayer que será la legislatura del diálogo social, territorial y generacional. Pese a la incertidumbre, la voluntad es de agradecer, sobre todo si se tiene en cuenta que tenemos el paro juvenil más elevado de la UE, casi un 33% de los menores de veinticinco años, y que el capítulo catalán seguirá ocupando demasiadas páginas. Llevamos ya una quincena de investiduras desde la instauración de la democracia, seis presidentes y cincuenta y seis gobiernos. El país requiere ahora un proyecto que recupere el espíritu de diálogo de la transición y lo impulse hacia adelante, con la ayuda de todos, para superar una crisis que ya dura demasiado, especialmente de legitimidad de los partidos y la política además de una clara falta de liderazgos y deterioro de todas las instituciones sin distinción.

De alguna forma, puede entenderse el hecho de la coalición gubernamental como una normalización de la anormalidad que supera aquel Spain is different que impulsó Manuel Fraga, siendo ministro de Información y Turismo, cuando alboreaban los años sesenta. Tiene otras virtualidades, eso sí: es la primera vez que un matrimonio se sienta en el consejo de ministros de la democracia y ha pasado una semana desde la toma de posesión del presidente hasta la confirmación del Gobierno, siguiendo un mosqueante goteo de nombres que no se sabe si respondía a primeras tensiones internas en la coalición o a dificultades para confeccionar la lista definitiva.

Por su parte, Pablo Iglesias, ataviado con ese horrible pin de los ODS --le toca gestionar la agenda 2030--, se adelantó a dar los nombres de sus ministros y se lanzó una carrera desbocada de entrevistas, además de llorar cual plañidera una vez superada la investidura: Lenin no lloraba y Trotsky o Stalin, mucho menos.

Tal vez por la descarga emotiva que supone asumir que lo de “asaltar el cielo” se acaba traduciendo en “asaltar el poder”. Y hay mucho poder a repartir: España cuenta con un ente público por cada dos mil quinientos habitantes. Tan sólo entre 45 empresas públicas facturan más de 25.000 millones de euros y emplean a 140.000 trabajadores. Será de especial interés seguir con atención los nombramientos que vayan produciéndose para saber cómo se concreta el asalto.

La mayoría de los países de la UE se gobiernan con ejecutivos de coalición (20 de 28), aunque escasean los integrados por formaciones de izquierdas, incluidos “comunistas”, cosa que sí que resulta una anomalía en nuestro entorno. Aunque siempre nos guste aportar un punto de singularidad: en este caso, por no contar con los escaños suficientes para gobernar con estabilidad.

La verdad es que oír hablar a estas alturas de “los comunistas” produce una rara sensación de cosa antigua. De hecho, no recuerdo algo similar en la Europa comunitaria desde que el Partido Comunista Francés ingresó en el gobierno, con François Mitterrand como presidente y Pierre Mauroy como primer ministro, con cuatro representantes bajo el programa común de la izquierda.

Por cierto, no sé de qué nos asustamos: aquel gobierno tenía 46 ministros, prácticamente el doble que el actual de nuestro país. También es verdad que el desgaste del PCF fue desde entonces en caída libre y la izquierda francesa se vio en 2002 ante el drama de tener que optar entre Jean-Marie Le Pen y Jacques Chirac en las elecciones presidenciales. Por su parte, el PCI, el partido comunista más potente de Europa occidental, se disolvió en 1991 para mutar en el Partido Democrático de la Izquierda. Son malos augurios.

Gestionar esta complejidad no será tarea sencilla. La derecha no está por la labor y la actitud del resto de formaciones que han brindado su apoyo a Pedro Sánchez dependerá del qué. La intervención de Pablo Casado en el pleno de investidura a propósito de Bildu ya fue premonitoria de lo que vendrá.

Quizá, hubiera sido de agradecer que expresara su satisfacción por verles en el hemiciclo como un éxito de la democracia, una derrota de la violencia y un triunfo de la libertad. Con estos mimbres, que azuzan un nacionalismo español que creíamos olvidado, será complicado atender los deseos de gobernabilidad y estabilidad que parecen generalizados en la sociedad española. La necesidad de atender los grandes retos sociales, territoriales y generacionales a que aludió el Presidente requiere una capacidad de diálogo y colaboración que es difícil de atisbar en las circunstancias presentes, con los ánimos caldeados.

Encontrar una solución al “conflicto” con Cataluña exigirá una reforma del modelo territorial presente. Se trata de una negociación que conduce a adoptar medidas que requieren el respaldo de tres quintas partes de los miembros del Congreso. ¿Cómo lograr esa suma si el PP ya ha advertido incluso que se negará a negociar la composición del Consejo General del Poder Judicial que está pendiente desde 2018? Mientras tanto, se sigue mirando hacia Cataluña como polo de atracción y centro de atención.

Está semana será de días de gloria para Carles Puigdemont y no se sabe que ocurrirá con Quim Torra. Para colmo, el Presidente del Parlament, Roger Torrent se enroca en “defender los derechos del President Torra como diputado”, al tiempo que declara que “siempre estoy a disposición del partido”, cual si estuviésemos ante pulso al vicepresidente del Govern, Pere Aragonés, o quisiera inmolarse como su antecesora, Carme Forcadell. Más aún: Ferran Mascarell, tras su periplo del PSC a JxCat (Crida) está a punto de volver al Parlament y hay quien apunta la posibilidad de que sea un President de transición si se inhabilita definitivamente al actual. Incertidumbre total.

De momento, una vez más, sólo cabe esperar. Lo que parece más claro de la composición del nuevo gobierno es que la política exterior estará en manos del Presidente. No es una novedad, sino una costumbre arraigada en España. La proyección internacional del país pasa, sin duda, por aprovechar la fluidez de la situación en la Unión Europea a las puertas del Brexit y con una coyuntura general no muy halagüeña. Para empezar, Pedro Sánchez estará la semana que viene en la cumbre económica de Davos. Dado que cumple años el 29 de febrero, quizá haya que ir pensando en el escenario 2023.