Finalmente España tiene Gobierno, y lo tiene de izquierdas. Como ejemplo de civilidad, se ha conseguido a base de pacto y configurar una coalición, algo a lo que parece no estar acostumbrada la política española, pero tampoco su ciudadanía. Un rápido vistazo al programa y los grandes objetivos fijados, resulta ilusionante en la medida que son los temas sociales y de combate contra la pobreza, la exclusión y la desigualdad los que predominan. Se plantean avances importantes en pensiones, aumento del salario mínimo, lucha contra el cambio climático, legislación laboral y, necesariamente una revisión espero que profunda del sistema fiscal no sólo para aumentar el ingreso sino para que la tributación sea mucho más equitativa. Pero, hay en todo lo que ha acompañado el largo proceso de investidura muchos aspectos preocupantes o que al menos claramente echan agua al vino del posible optimismo.

Que finalmente se haya podido conseguir hacer gobierno, no puede hacer olvidar que ha costado demasiado, en tiempo y desgaste de la sociedad y de las instituciones políticas. Nueve meses de interinidad, con tiras y aflojas poco comprensibles y con cambios de actitud y discurso afirmando hoy una cosa y al poco todo lo contrario, genera no poco de escepticismo sobre la perdurabilidad del acuerdo. Se podía y se tenía que haber hecho antes.

Resulta preocupante, también, el espectáculo parlamentario que nos han brindado las derechas. Y no será una actuación puntual. El lenguaje bélico, las actitudes descalificadoras y la falta de toda prudencia y respeto institucional durarán tiempo e irán contaminado y desprestigiando aún más la política. Podrán discutir la idoneidad y la conveniencia del Presidente y de la coalición de izquierdas, lo que no resulta aceptable es que discutan la legitimidad y llamen a un levantamiento contra un gobierno democrático.

Ya sé que es una petición hecha de modo abstracto, pero recordamos aún cuando lo hicieron de forma "figurativa" hace poco más de ochenta años. Unas derechas asilvestradas que gesticularán y se movilizarán, y mucho, durante los próximos tiempos, no discutiendo políticas específicas sino la misma naturaleza del gobierno democrático. Las derechas "desacomplejadas" que circulan a día de hoy en buena parte del mundo no tienen más estrategia que instalar los países y la ciudadanía en la tensión extrema y continuada, en generar sociedades muy polarizadas, a crear estados de guerra ficticios de cara a recuperar su hegemonía. Y en esta fotografía de los desaforados a la contra, también tienen un lugar JxCat o la CUP.

Y ciertamente y por más deseable que nos resulte, el gobierno que sale de la investidura parlamentaria es débil. Lo es por aritmética parlamentaria, y lo es porque será prisionero de pactos demasiado dispersos y contradictorios de cara aprobar leyes y presupuestos. Y las izquierdas saben que no pueden ir a nuevas elecciones, en mucho tiempo, pues ahora probablemente las perderían. El discutido y discutible acuerdo con ERC de cara a la investidura, pasará no poca factura. Una parte del electorado del PSOE no lo entiende y se ha proporcionado munición abundante a la derecha, que lo agitará de manera abusiva en los próximos meses y años.

Como la memoria es corta, como acuerdo puntual se olvidaría, pero la sobreactuación independentista lo impedirá. Aunque finalmente ERC se abstuvo en la investidura, salió al estrado y decir que "la gobernabilidad de España nos importa un comino", no sólo no ayuda, sino que significa continuar con la estrategia independentista de desprecio y de ruptura que ya sabemos a dónde nos ha llevado. En esta cuestión, el problema no es el acuerdo como afirman las derechas, sino justamente su inexistencia. Los documentos firmados entre PSOE y ERC son poco más que papel mojado. No nos engañemos, hay bastantes ambigüedades como para que cada uno les haga decir lo que le convenga.

Más que un acuerdo, lo que se firmó fue un armisticio temporal, un tiempo para tomar oxígeno. Me gustaría pensar, como hacen muchos, que sobre el tema de Cataluña estamos al inicio de una nueva dinámica. Me temo, que no hemos ido más allá de donde estábamos.