La evidente regresión del PSOE, tal y como muestran todas las encuestas sobre intención de voto, ha activado la reconstrucción y el relanzamiento de la deteriorada imagen de Sánchez que, en pocos días, se ha convertido de nuevo en el titiritero que de feria en feria va. A la espera del documental de Netflix y a falta de condimento propio, los asesores mediáticos del presidente han puesto también el foco en el nuevo y pujante líder de la oposición, a ver si lo achicharran antes de las próximas elecciones.

Pese al esfuerzo invertido en busca de una reedición de la foto de Colón, la maquinaria monclovita de propaganda no ha podido sacar provecho de la ausencia de Núñez Feijóo en la manifestación del pasado domingo en defensa del castellano como lengua vehicular en la enseñanza catalana. En realidad, el gallego se fue a Toledo o no vino. Aunque, visto lo visto, ha sido más escandalosa la no participación de Illa e Iceta que la falta del presidente del PP.

Muchos han sido los comentarios negativos sobre este proceder del líder conservador, y muchos los pensamientos que lo han relacionado con el hecho de ser gallego, apuntes que se han quedado en el tintero por la autocensura del opinador de turno. Vivimos tiempos en los que aludir a ciertos caracteres colectivos para explicar comportamientos individuales no está nada bien visto, ni siquiera como metáfora, y no por razones obvias de falsa generalización, sino por el temor a ser señalados como simplistas, racistas o algo similar.

En nuestra historia son muy abundantes los tópicos sobre los gallegos. Los estereotipos fueron especialmente negativos e injuriosos entre nuestros literatos del Siglo de Oro. Cómo olvidar aquellos versos de Góngora contra el Reino de Galicia que comenzaban con “Pálido sol en cielo encapotado, / mozas rollizas de anchos culiseos, / tetas de vacas, piernas de correos, / suelo menos barrido que regado”. La pobreza y emigración que padecieron los gallegos –aún más durante el siglo XIX y buena parte del XX— favorecieron la difusión de una imagen no solo de saudade y morriña, también de cierta tristeza y desconfianza. Por ejemplo, Ortega y Gasset, tan dado a calificar los tipos españoles, definió a Galicia como una tierra “habitada por almas rendidas, suspicaces y sin confianza en sí mismas”. Unamuno fue un poco más lejos y sentenció que el gallego no es como el castellano, “desdeñoso y arrogante”, sino como el portugués, “receloso y susceptible”. La dicotomía Sánchez-Feijóo en estado puro.

Ya Pedro de Medina en Las Grandezas de España (1548) definía a los gallegos por su ambigüedad. Si por un lado los consideraba gente “muy ingeniosa y de muy lindos y claros entendimientos”, por otro era “gente muy belicosa y fiera, [con] tretas, cautelas, cavilaciones y dobleces”. No debe sorprender que esta selva de los tópicos –como la definió Emilio Temprano— siga siendo tan exitosa hoy. Aún pervive el tópico del gallego indeciso o astuto, que no sabes si viene o va, sube o baja, afirma o niega.

Es curioso que la astucia o dudas de Rajoy no terminaran siendo calificadas por sus adversarios como un signo de su origen gallego, quizás por el referido temor a la censura, propia o ajena. Sin embargo, sí se aceptó asignarle un perfil a lo Don Tancredo por su “a verlas venir” ante la embestida independentista. Es extraño que la maquinaria propagandística de Sánchez, que tan vigilante está sobre lo que se habla en metros y autobuses, no haya encontrado en los comentarios del vulgo una pista para abrir una grieta, y de ese modo comenzar a destruir la poderosa imagen de buen gestor que tiene Feijóo, heredada de sus cuatro mayorías al frente de la Xunta.

No es lo mismo actuar como Sánchez que, de manera reiterada y desvergonzada, primero dice que sí y después que no, que hacerlo como Feijóo que, con un punto a lo gallego, no dice ni sí ni no: “Depende, todo depende, ¿no?”. La mentira y la contradicción permanente en las que está instalado Sánchez desde que tomó la presidencia del Gobierno son altamente descalificadoras y erosionantes para su imagen y credibilidad. Sin embargo, la vaporosa cordialidad ambigua, que tanto ha beneficiado a Moreno Bonilla y que es la táctica principal del tándem Feijóo-Bendodo, es afectuosa, calma a muchos y no enerva a otros tantos, aunque sea puro humo.

Qué más da si el político gallego no vino o se fue, lo cierto es que desde Toledo habló sobre la cordialidad lingüística, y sus puntuales declaraciones tuvieron tanta cobertura como la multitudinaria manifestación. Una jugada perfecta, un ejemplo de cómo andar sobre brasas y no salir quemado. Así, es difícil vencer al gallego.