El CIS dice que Pedro Sánchez aguanta sin mayores dificultades el desastre de la pandemia, más cómodamente que sus socios de Unidas Podemos y mucho mejor que sus aspirantes a socio, Ciudadanos. El partido de Inés Arrimadas no acaba de tomarle el tono a su condición de partido pequeño, cuyo peso no depende tanto de su número de diputados como de la posición por la que opten esencialmente ERC, PNV y  PEDCat. A favor de Ciudadanos juega el interés manifiesto de los socialistas de contar con ellos para armar una mayoría espléndida que magnifique la soledad del PP; sin embargo, sus dirigentes dudan del rédito político de formar parte de un maremágnum de siglas, que ellos denominan Frankenstein, pretendiendo que el gobierno rompa, al menos, con ERC y Bildu.  

Pedro Sánchez sigue persiguiendo la carambola perfecta. Tiene la ventaja de haberle pillado el truco a ERC, o cree haberlo hecho. La prioridad de los republicanos es hoy por hoy diferenciarse de JxCat, intentando demostrar que su apuesta por el gobierno de PSOE-Unidas Podemos es mucho más rentable para el país que adoptar la condición de jarrón independentista en el Congreso. Por eso no le piden a Sánchez que acceda a romper España como pretende hacernos creer Arrimadas sino algunas concesiones materiales para presentar en campaña como trofeos del pragmatismo.

El día que en el departamento de Economía de la Generalitat, dirigido por el presidente en funciones, Pere Aragonés, tomó consciencia de la cantidad de dinero que supondrá para la caja autonómica el nuevo presupuesto del estado, estuvieron saltando de alegría hasta agotarse. Imaginando cómo sería gobernar Cataluña con un trienio de abundancia financiera. Ahora solo les queda escenificar el acuerdo con Sánchez para que esto sea realidad.

En cambio, con Arrimadas la cosa es diferente, más complicado que con ERC, aunque parezca insólito. Ciudadanos quiere pactar con el PSOE pero teme la reacción del PP, porque ha colaborado con las otras dos derechas en la demonización del gobierno Sánchez y ahora podría girársele en contra. La dificultad crece, además, por la oposición de Unidas Podemos a fotografiarse con Arrimadas, por motivos estrictamente ideológicos. Sólo el interés de Sánchez por contar con cuantos más votos mejor para el presupuesto más expansivo de la historia puede salvar la distancia con Ciudadanos. Arrimadas tira de esta única cuerda con una mano y con la otra busca desesperadamente torpedear el swing entre socialistas y republicanos, para convertirse en la opción obligada.

Pero este swing solo se truncará de pronunciar Sánchez alguna inconveniencia grave sobre Cataluña, los catalanes o los independentistas, alguna salida de tono o alguna obviedad constitucional hiriente para los sensibles oídos del soberanismo, especialmente los de JxCat, Puigdemont, Rahola y otras voces del cuanto peor mejor. ERC está por el peix al cove, sin embargo, su capacidad de resistencia al acoso de sus adversarios independentista es muy limitada, como sabe Sánchez por experiencia propia.

De volver a tropezar el PSOE y ERC en la misma trampa, colocada por Arrimadas (referéndum, castellano vehicular) y jaleada por JxCat, el ridículo sería mayúsculo, impropio de políticos maduros y responsables. No se observan señales de que vaya a repetirse el accidente de febrero de 2019 con los presupuestos de aquel año. Parece que todos resistirán las maniobras de Arrimadas sin allanarle el camino con errores que alimenten vetos, empujando a Ciudadanos al minuto de la verdad, a tener que decir si aprobar los presupuestos con Sánchez y sus socios o alinearse con PP y Vox. Una decisión tomada sólo a partir de su evaluación de las necesidades del país y de los acuerdos presupuestarios que haya podido negociar con el gobierno. El reto que quisiera ahorrase Arrimadas.

 

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