A Oriol Junqueras hay que reconocerle, sin que sirva de precedente, que tiene cierto olfato político. Tan pronto como se hizo público el aterrizaje de Salvador Illa como candidato socialista a la presidencia de la Generalitat, el líder republicano se apresuró a profetizar que las elecciones del 14F iban a ser un combate entre los socialistas catalanes y Esquerra. Olía el peligro. Bastó un simple tweet para que su predicción, convertida en noticia, provocara desasosiego y alarma en el palacete de Waterloo. Probablemente la intención inicial de Junqueras era desbrozar el camino para Pere Aragonès, dejar en un segundo plano a la tropa de Puigdemont y centrifugar al PSC hacia los márgenes donde dormitan los votantes desencantados de Ciudadanos.

Vayan ustedes a saber la dimensión real de lo que intentó Oriol, pero lo cierto es que el llamado ‘efecto Salvador Illa’ ha ido in crescendo desde aquel día. Lo ha hecho acompañado de unas encuestas favorables que proyectan al PSC como un competidor serio con opciones de triunfo. Y observen: la agresividad de los adversarios de Salvador Illa es directamente proporcional al impacto generado por el anuncio de su candidatura, y a la publicación de las últimos sondeos.

El fuego a discreción ya ha comenzado. Los mismos que pedían a gritos su dimisión como ministro de Sanidad del Gobierno de España, hoy lo querrían ver eternamente encadenado a las ruedas de prensa sobre el Covid. El movimiento de piezas de Iceta y Sánchez no sólo les ha descolocado, sino que les ha hurtado el protagonismo mediático. El foco informativo en estos tiempos de inquietud ha sido para Illa y su educada sobriedad. Paradójicamente el tránsito entre partidos de Lorenas, Annas y Evas ha suscitado poco interés y escasos titulares. Así las cosas, nadie se atreve a vaticinar en qué condiciones político-sanitarias se encontrará el país en el momento de acudir a las urnas, cuál será el nivel de agobio de la ciudadanía, ni cuáles los indices de participación electoral.

Lo que sí parecen estar garantizadas son las andanadas verbales --estas ultimas semanas nada ejemplares-- y las actitudes demagógicas. Mucho me temo que vamos a presenciar una campaña electoral de perdigonada, de todos contra todos, que no va a respetar bloques de ninguna clase ni otras consideraciones de tipo ideológico. De aquí al 14F no habrá amigos ni socios preferentes, cada cual intentará salvar sus posiciones. Elemento, este último, que no siempre concuerda con lo que necesita este país para su reconstrucción moral, económica y política. Son muchos los analistas que, de cara al futuro, nos advierten acerca de la dificultad de articular acuerdos políticos estables en un Parlament tan fragmentado como se prevé tras los últimos sondeos. No va a ser nada fácil lograr consensos. Nos hallaremos ante tres formaciones, prácticamente empatadas en escaños con la aspiración de presidir la Generalitat. La cosa promete, lo intentaran flanqueadas por grupos minoritarios a la greña y con la amenaza disruptiva que encarna VOX.

Cuentan que el famoso refrán ‘El perro del hortelano ni come ni deja comer...’ tiene su origen en una de las fábulas de Esopo. En ella un bondadoso buey reprocha al perro del amo del huerto --can que no come vegetales-- que no permita que otros animales coman los frutos que ofrece el campo. Lope de Vega escribió también una comedia en 1618, en la que hace referencia a los individuos que no disfrutan de algo por que no quieren pero que, ademas, impiden que otros lo hagan; esos individuos actúan movidos por la envidia o intereses inconfesables. Hay mucho perro del hortelano en la política catalana con los ojos puestos en la escena española. Lo hay en el cosmos independentista, también en la galaxia constitucional. Para las hemerotecas quedan las propuestas de listas conjuntas y pactos electorales. Para el recuerdo quedan las proclamas unitarias presuntamente altruistas y salvadoras del país ante el desgobierno de los secesionistas. El combate comenzó, las batallas colaterales están en danza. Primer objetivo de todos, sin distinción: laminar el ‘efecto Salvador Illa’