La operaban de cataratas. Tardaban. Me dio tiempo de tomar un café, leer el periódico y hacer el crucigrama. Hasta que escuché por altavoz: “Los familiares de la señora Muniesa pueden pasar al quirófano”. Menudo susto. Llegué, las puertas se abrieron de golpe, y salió el cirujano, sudado y resoplando. “Usted es la hija. ¿Cómo deja que su madre fume de esta forma? No había visto unas cataratas así ni en África”. Me quedé muda. ¿A ver cómo le explicas a un médico en estado de shock que a tu madre, tampoco a tu padre, se les pudo prohibir nunca nada? Me ordenó que su paciente no fumara hasta pasadas 48 horas. Salí susurrando un “lo veo difícil”.

Dejamos el hospital andando, llegamos a casa y mi madre –una persona tan educadísima como rebelde— salió a la terraza y encendió el primer cigarrillo: “Aquest noi, què s’ha cregut, que sóc una nena petita i em pot manar?”. Murió años después, a los 84, enganchada a una máquina de oxígeno. Fue su elección.

Me educaron en aquel olvidado vive y deja vivir. De pequeña, cuando me cansé de los malos olores, puse un cartel en la puerta de mi habitación: “Aquí no se fuma y en casa no se bebe”. El primer aviso era para mis progenitores, ambos fumadores empedernidos; el segundo, solo para mi padre. Así fuimos tirando –pensando de forma diferente, pero respetándonos— hasta que me independicé.

Pensé en la señora Muniesa cuando, al acabar de comer en la soleada terraza de un restaurante barcelonés, la vecina de la mesa de al lado preguntó si nos importaba que se fumara un pitillo con el café. En 2023 se prohibirá el tabaco en las terrazas, pero los catalanes andan ya con cuidado. Dejamos que disfrutara del cigarrillo.

Tanto el Ministerio de Sanidad como la Generalitat estudian prohibir fumar dentro de los coches y en la puerta de las escuelas. Los quieren declarar –aunque no son públicos ni suyos— “lugares sin humo”. Ya se ha adelantado Ada Colau, en Barcelona, impidiendo que se acerquen coches a los chaflanes de los coles. Solo les falta entrar en nuestras casas a hacernos el test de alcoholemia. Lo dice una persona que ni fuma ni bebe ni tiene coche.

No hay guardias para tanto trabajo de vigilancia. ¿Pero, qué sentido tiene legislar si no puedes hacer cumplir lo aprobado? Se entrometen en nuestras vidas, provocando rebotes considerables. Un 30% de los jóvenes españoles dice haber fumado en el pasado año; después de tanta prohibición, resulta que aumenta el número de fumadores adolescentes.

El proyecto urbanístico estrella de Ada Colau son unas islas verdes que, supuestamente, convertirán el admirado Eixample de Ildefonso Cerdà en parque. El objetivo de la alcaldesa es expulsar a los automóviles para hacer una ciudad más vivible. Dicho así suena bien. Sin embargo, no hay pruebas sobre la utilidad de tanta intervención. Los chaflanes gigantes, las pinturas de colorines –con flores, rayas y cuadritos— además de los palos, bolas y bloques de hormigón que ocupan aceras o calzadas no han mejorado nuestras vidas.

El 60% de las personas que viven o trabajan en el centro llega en auto privado. Esas cifras, no hay duda, tienen un efecto pernicioso en el aire que respiramos, uno de los más contaminados de Europa. Como lo tiene el enorme aumento de camionetas de reparto, que van de un lado a otro, aparcando malamente. Pero, a pesar del gasto en pintura y campañas de propaganda, la contaminación no desciende. Bloquear ahora la urbe con los nuevos ejes verdes será inútil. Por el momento, los barceloneses menos favorecidos ya van a tener que cambiar sus viejos coches a principios del próximo año si quieren entrar en la ciudad.

Colau gobierna una ciudad de viejos, aunque parece haberlo olvidado. En ella, el peatón anda cada día más inseguro por la acera, ahora compartida con patines, patinetes o hábiles ciclistas que pedalean hablando por teléfono. A los automovilistas se les exige carnet de conducir, un seguro, una placa identificativa, cinturón puesto y silletas para los niños. En patinete y bici circula cualquiera, sin certificado alguno. Incluso con dos críos encima.

Según el análisis del RACC, la nueva superilla aumentará un 55% las retenciones de tráfico en hora punta cuando el proyecto esté finalizado en 2030. La obra para convertir el Eixample de Cerdà en un parque ecológico es un proyecto precipitado, sin suficiente apoyo social. Ada Colau debería dejar a los ciudadanos en paz. Una cosa es estar contra la propiedad privada y otra meterse en nuestras vidas privadas. Salgan, por favor.