Dice María Jesús Montero que las amenazas de Rufián de dejar caer el gobierno, si no se hace lo que ERC quiere, no son tales, responden a “la lógica que se acostumbra”. De ser así, cabe preguntarse si la chulería huera es una forma de hacer política, normalizada ahora por el PSOE. Se comprendería entonces que, en la sesión de control del pasado miércoles, Pedro Sánchez haya despreciado y de qué manera a sus adversarios políticos, algunas de sus respuestas se iniciaron con modales de patio de colegio. Harían bien los asesores monclovitas en aconsejar al presidente que no imite a rufianes y demás populistas con su lenguaje bronco y simple, maneras amenazantes que se ha extendido también a otras señorías. Véase el último episodio entre Pablo Iglesias y Teodoro García Egea.

Existen más que indicios que, fuera de Cataluña y entre los jóvenes, las ocurrencias del diputado Rufián gozan de bastante aceptación, una admiración que esos mismos muchachos profesan también al discurso chulesco de Abascal y sus acólitos. No es contradictorio, si acaso es paradójico, al tiempo que comprensible tanta similitud si ambos practican un nacionalismo que, como tal, es amenazante y reaccionario. De todos modos, los seguidores que celebran los tuits y el infantilismo político de esos diputados no pertenecen únicamente a una franja de edad. La simplicidad es transversal y tiene mucho éxito en tanto que es clara, básica y facilita llegar rápidamente a una conclusión, sin necesidad de valorar los matices u otros argumentos.

Estos líderes simples (o ximples, que no es lo mismo) recuerdan al famoso Simplicius en el paso de su etapa de bufón a soldado. Ese aventurero y charlatán alemán del siglo XVII cantaba las cuatro verdades, entre el hazmerreír y la burla, gracias al favor de sus amos: “Durante mi perorata todos me miraban estupefactos y los presentes se maravillaron de pronunciar tales discursos, difíciles de hilvanar incluso para un hombre inteligente y sin la debida preparación”. Los maestros de este literario personaje, en los que se inspiró su autor, fueron los pícaros españoles que, con sus amenazas y bravuconadas, buscaban ante todo su propia supervivencia.

Velocidad y tocino, manzanas y tornillos, todo lo mezclan y comparan los cada vez más numerosos populistas, adalides de sus respectivos nacionalismos, que nutren las bancadas del Parlament y del Congreso. Lo peor es el contagio que se está extendiendo entre el resto de sus señorías. El último alarido pinzoniano de la bancada del PP constata la imparable deriva del hemiciclo. En muy pocas ocasiones el nivel de la oratoria parlamentaria ha estado a la altura del común de la ciudadanía, lo habitual ha sido quedarse siempre por debajo. Pero, hoy día, el contenido y la estructura de sus discursos son ínfimos.

Hace ya cuatro siglos, un poeta amigo de Cervantes, Gabriel Lobo Lasso de la Vega, dedicó un romance a la penosa palabrería de los procuradores en las Cortes de Castilla, “que la harina mantiene”. Lobo pedía que “tetas, tripa, sobacos, de estos Reinos se destierren”. Como el listado de “la tosca jerigonza” era tan largo y no paraban de surgir imitadores, proponía que la mejor solución a este problema era que las palabras y los sujetos fueran recogidos en “casas de necios”. Al final, el poeta reconocía que eran demasiados para que cupiesen juntos unos con otros, por lo que se debía permitir “que los necios con todo el mundo se queden”. Es posible que nuestras señorías lo hayan conseguido o estén camino de ello. Aunque siempre nos queda la esperanza que algún día, en lugar de amenazas, amanezca, que no es poco.