Felipe VI tenía que acudir a la entrega de despachos a los nuevos jueces hace dos semanas, pero el Gobierno impidió la visita para que no coincidiera con la inhabilitación de Quim Torra y con el tercer aniversario del 1-O. Fue una decisión mal tomada y peor explicada. Finalmente, este viernes participó, acompañado del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la entrega de los premios Barcelona New Economy Week celebrada en la estación de Francia y después visitó en la Zona Franca una empresa de alta tecnología.

Como cada vez que visita Cataluña, grupos independentistas habían convocado protestas. Unos 600 manifestantes, según los Mossos, participaron en las concentraciones, ineficaces por el gran despliegue policial, aunque hubo gritos, quema de imágenes del Rey y lanzamiento de pintura contra las furgonetas policiales y de bombas de humo de colores. Los Mossos retiraron varias pancartas en las que se criticaba “al Borbón” --una de Òmnium decía Joan Carles Primer. Felip L’Últim-- y a media mañana se desconvocó la protesta. No ocurrió nada que no entre dentro del derecho a la protesta y a la libertad de expresión, a las que todo el mundo tiene derecho si se ejercen de forma pacífica.

En su discurso, básicamente económico, el Rey pidió varias veces unidad para hacer frente a la pandemia y a la crisis económica derivada de ella. Un deseo bienintencionado que cae en saco roto cuando ninguna de las tres instituciones más importantes de Cataluña –la Generalitat, el Parlament y el Ayuntamiento de Barcelona-- estuvo presente con sus máximas autoridades en el acto. Una ausencia injustificada por muy críticas que sean las opiniones de Pere Aragonés, Roger Torrent y Ada Colau sobre la monarquía. Los tres dirigentes olvidan que representan a todos los catalanes y barceloneses, no solo a los antimonárquicos, y su deber consiste en asistir a estos actos aunque no compartan la presencia del Rey. 

Tan grave o más que estas ausencias es la justificación hecha por el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, que el jueves, después de aventurar que “es evidente que la monarquía en Cataluña no tiene demasiados partidarios”, se permitió declarar: “A nadie le puede sorprender que representantes institucionales como una alcaldesa republicana o la Generalitat se encuentren incómodos  y entiendan que tienen cuestiones de agenda más importantes que participar en ese acto”. Iglesias debería saber que ostentar un cargo comporta soportar alguna incomodidad, pero la necesidad de desmarcarse del PSOE y de fijar un perfil propio le lleva últimamente a atacar a la monarquía, con el riesgo de molestar a los socialistas y de deteriorar la imagen de unidad del Gobierno del que forma parte.

Lo mismo se puede decir de los dirigentes independentistas, que no pierden ocasión de censurar al Rey, sobre todo desde su discurso del 3-O de 2017. Pere Aragonés, a quien su presunta moderación se le olvida cuando habla de la monarquía, dijo el miércoles en la sesión de control en el Parlament, sin venir a cuento, que en ese discurso Felipe VI “rompió la neutralidad”. ¿Pero qué neutralidad? ¿Acaso pretendían que el Rey fuera equidistante entre los defensores del orden constitucional y quienes lo habían roto? Lo que dijo el Rey --defensa del orden constitucional y denuncia de la deslealtad de las autoridades catalanas-- fue impecable. Si se le puede hacer algún reproche no fue por lo que dijo, sino por lo que no dijo.

Aragonés reiteró esa falsedad de que en ese discurso Felipe VI “hizo suyo el discurso del ‘a por ellos’”. En ningún momento el monarca justificó las cargas policiales del 1-O pese a lo que repitan los independentistas un día sí y otro también. En el primer pleno parlamentario desde que es president en funciones, Aragonés afirmó asimismo que con ese discurso el Rey “consumó su divorcio con la ciudadanía de Cataluña”, tomando como siempre la parte por el todo.

El dirigente republicano tiene en su haber una larga serie de declaraciones contra la monarquía. La más llamativa fue la que hizo el pasado 18 de julio en un acto de las juventudes de ERC en el que dijo que “los Borbones son una organización criminal”. Antes, en un mitin el 2 de noviembre de 2019, había calificado a Felipe VI de “nieto político de Franco”, él, que es nieto de un alcalde franquista de Pineda de Mar, y el 7 de marzo pasado declaró en una entrevista que “la monarquía es corrupta por naturaleza”.

Esta tradición antimonárquica no es comparable, sin embargo, a la de Ernest Maragall, que solo desde hace un tiempo carga contra el Rey con la fe del converso. El viernes recibió a Felipe VI con estas palabras: “Cada visita del Rey a Cataluña es un pequeño estado de excepción, el Estado ocupa Cataluña cada vez que tiene que venir. Es un Rey que se tiene que esconder, solo puede viajar protegido y escondido, no ve la ciudad y la ciudad no ve ni reconoce al Rey”. “Barcelona y Cataluña no tienen Rey. Es un parásito porque viene a chupar la energía catalana”, remachó.

Podemos y el independentismo son en este aspecto dos caras de la misma moneda. Unos descalifican al Rey como máximo representante del “régimen del 78” con el que quieren acabar y los otros lo atacan como una forma de arremeter contra el Estado del que quieren escapar. Felipe VI se convierte así en la diana de dos impotencias.