Decía el psicólogo Kurt Lewin que para entender un sistema hay que intentar cambiarlo. Aunque en su modelo no se refería al campo político, sus reflexiones han sido muy útiles para comprender que la conducta de los individuos no dependen tan sólo del entorno, sino de la interacción de aquellos con ese ambiente donde crecen y se desarrollan.

Algunas de las reflexiones de Lewin tiene aún cierta validez para analizar el actual conflicto entre catalanes. Por el último documento de ERC sabemos que admiten --como ya hizo Puigdemont-- el fracaso del procés pero que no renuncian a destruir lo que denominan el "régimen del 78". No podemos esperar un cambio de conducta de ERC ni de la CUP ni de JxCat en tanto que no han entendido el Estado de derecho, no lo pretenden cambiar sino destruirlo y sustituirlo por un régimen republicanista e identitario. Han hecho un diagnóstico de sus fuerzas pero se resisten a comprender cómo interaccionan éstas con el nuevo ambiente creado durante el mes de octubre de 2017, tras la tumultuosa celebración del referéndum ilegal y la respuesta contra el golpe independentista de una importante mayoría de ciudadanos catalanes en las dos multitudinarias manifestaciones.

Los nacionalistas no aceptan que necesitan dialogar o negociar con la otra mitad de catalanes, su explícita intención es incorporarla en parte hasta alcanzar el 60-70% de los votantes, que no del electorado. Es un fenómeno interesante por lo incierto del resultado, en tanto que niegan el futuro de una Cataluña plural. No aceptan que no puedan imponer la independencia, y ni siquiera se plantean que una de las salidas sea desarrollar la interdependencia entre los individuos y el grupo, es decir, el conjunto de una ciudadanía bilingüe y con varias identidades, en permanente proceso de cambio y mestizaje.

La actual guerra de los lazos amarillos ha puesto en evidencia no sólo el fracaso del cambio organizativo independentista sino también la ausencia de amparo del Gobierno central a los ciudadanos catalanes que rechazan dicha imposición nacionalista. La nueva mentalidad no ha cristalizado, no ha cuajado totalmente el desaprendizaje de lo español pese la creación de un entorno de seguridad psicológico con el amarillo como símbolo. Todo lo contrario. Son los mal llamados unionistas, es decir aquellos que rechazan el pensamiento único nacionalista y amarillista, los que están descongelando las creencias --como diría Lewin--, mientras que los independentistas son ahora los reaccionarios, los que se muestran reacios a cambiar su hoja de ruta.

¿Hasta cuándo se mantendrá el pulso en la calle poniendo y quitando lazos? Las cloacas del régimen nacionalista son las que alimentan económicamente la ocupación amarilla del espacio público, sea por transferencia directa o por devolución de lo transferido durante décadas. Sin embargo, la resistencia constitucionalista es espontánea y popular.

En la guerra de los lazos amarillos, los nacionalistas se niegan a abandonar la cómoda posición de los elegidos y de los creyentes para afrontar el reto de aceptar la pluralidad y la diferencia. ¿Quién puede ayudar a los independentistas para que comprendan que el cambio del "régimen del 80" --el impulsado por el pujolismo-- es necesario y que traerá mejores resultados? La incapacidad del Gobierno central para este cometido está más que contrastada. Sólo queda la didáctica de la resistencia popular contra la dictadura de los lazos amarillos, no sabemos por cuanto tiempo pero la revuelta del cúter ha venido para quedarse.