Va adquiriendo consistencia la idea de que, al margen de si se forma o no gobierno, la solución al conflicto que venimos viviendo en Cataluña se hará esperar. Para unos, la cuestión se sitúa en la incapacidad de las instituciones españolas por entender y reconducir el problema. Para otros, la responsabilidad recae en una política catalana radicalizada e insensible a la realidad. Seguramente todos tienen parte de razón pero creo que el verdadero problema radica en que nos hemos situado más allá de la política.

Ello no obvia que un gobierno estable en Cataluña, en combinación con una política española abierta a favorecer un mejor encaje de Cataluña en España, en el marco de una puesta al día del marco institucional español en su conjunto, ayudaría a encontrar una salida al caos en que nos hallamos.

Sin embargo, lo que, personalmente, más me preocupa es cómo una parte notable de la ciudadanía catalana entiende el sentido de las instituciones y el ejercicio de la democracia. Para explicarme, me referiré a dos imágenes que me han sorprendido especialmente. Por una parte, la intervención de Ernest Maragall, quien, como diputado de mayor veteranía, abrió la nueva legislatura del Parlament. Rompiendo la tradición, la esperada bienvenida institucional se convirtió en una intervención propia del más radical de los mítines de campaña. Por otra, un periodista de TV3 saltando encima de la capota de un coche de la Guardia Civil, frente a una Conselleria d'Economia rodeada, comentando en directo lo divertido de la situación.

La intervención del diputado más veterano refleja de manera paradigmática esa enorme confusión entre política e instituciones. Éstas, al igual que el espacio público, están al servicio de todos los ciudadanos. Que, coyunturalmente, sean gobernadas por unas u otras mayorías, determinará la orientación de las políticas públicas pero, en ninguna circunstancia, legitimará la ocupación literal de la institución, o del espacio público, por parte de una corriente política. Aún menos cuando la corriente política no está sustentada por una mayoría social.

La intervención de Ernest Maragall en la apertura de la legislatura refleja de manera paradigmática la enorme confusión entre política e instituciones

Acerca del episodio del coche, lo que me impactó no fue tanto el hecho en sí, realmente insólito y grotesco, como la naturalidad con que se desarrollaba la escena, como si fuera de lo más normal, cuando en cualquier país, por moderno y democrático que sea, constituiría un hecho de singular gravedad.

Pero la mayor sorpresa, y de ahí mi preocupación, viene de la reacción que percibí al comentar el episodio con personas conocidas: la mayoría desdramatizaba lo acaecido y recurrían a aquel: no n’hi ha per tant. Sorprende que, siendo el rechazo la baja calidad de la democracia española una de las razones que animan el movimiento independentista, comportamientos como los señalados se consideren de lo más normal.

Para salir del embrollo, resulta urgente la formación de un gobierno en Cataluña que, sin renunciar a sus objetivos más propios, se sitúe en el marco de la legalidad y la estabilidad, y desarrolle políticas de interés general. Para ello, lo primero sería que los políticos independentistas dijeran en voz alta lo que, la mayoría de ellos, manifiesta en privado. No lo hacen por temor a los suyos y, por el contrario, estimulan una manera de entender la democracia que no hará más que confundir a la ciudadanía y cronificar el problema. Va para largo.