La radicalización nacionalista, su apuesta por la independencia al margen de la legalidad, ha tenido un efecto positivo. La realidad sumisa y la espiral del silencio se han roto sin posible marcha atrás. El neolenguaje secesionista es combatido y puesto en cuestión. Las falsedades de su relato puestas en evidencia. La resistencia al nacionalismo, primer paso para su derrota política, se evidencia en la calle, en los medios y en el Parlament (cuando esta operativo). No obstante, continua instalada en la opinión publicada y en los planteamientos políticos la idea de que la solución al problema pasa por el dialogo con los secesionistas, por nuevas concesiones, por un referéndum con no se sabe qué contenido.

La resistencia social ha servido para parar el avance del secesionismo. Pero el independentismo continúa detentando el poder y no se vislumbra una alternativa de gobierno. De hecho, esta es la causa de que los que mantienen vínculos profesionales con la administración catalana, que son muchos, desde empresarios a funcionarios y gente de la cultura, continúen sin osar manifestarse, convencidos que el nacionalismo aunque no logre sus objetivos secesionistas continuará detentando el poder eternamente.

La resistencia ha servido para estabilizar el frente. Para cavar trincheras. Pero es insuficiente para acceder al gobierno de las instituciones.

Es necesario articular una alternativa viable de gobierno, un mínimo común denominador entre todos aquellos que creen que la persistencia del secesionismo en el poder es nefasto para la convivencia, el desarrollo económico o, más simplemente, para la correcta gestión de los problemas cotidianos de los catalanes.

La solución no saldrá de los partidos, enfrascados en sus luchas cortoplacistas. Debemos construir desde la sociedad un entramado de complicidades, lo más amplio posible, entre todos aquellos que, con las diferencias inevitables, coinciden en la necesidad de conseguir objetivos que deben ser muy transversales, como la aceptación de las reglas del Estado de derecho, la neutralidad de las instituciones, la pluralidad de la sociedad catalana, el fin del acoso al disidente, el freno al deterioro de la democracia en Cataluña, la orientación de la labor de gobierno a solucionar problemas en lugar de crearlos y dedicarse a la agitación y propaganda.

Sin perjuicio de contestar sin complejos al secesionismo, hay que empezar a construir un programa alternativo que, llegado el momento, sea aceptado por todos los que consideran que la prolongación sine die del control de las instituciones por los secesionistas nos lleva a la confrontación y la decadencia. Se trata de elaborar ese mínimo común denominador que permita alcanzar acuerdos de gobierno, empezando por los municipios. No estoy hablando de formar, necesariamente, coaliciones electorales. Sino de elaborar el cuerpo doctrinal que permita formar gobiernos. Es una tarea difícil pero posible. También parecía impensable que coincidieran en una manifestación Rivera, Iceta y Albiol, o que se lograra un acuerdo en Badalona.

Esta labor, como ha ocurrido con la resistencia al secesionismo, no nacerá de los partidos. Se ha de imponer desde la ciudadanía. En este camino, la batalla de Barcelona es trascendental. Apliquemos nuestros esfuerzos a conseguir un gobierno municipal con capacidad de gestión, con un proyecto que ilusione y permita visualizar que Barcelona y toda Cataluña pueden salir del pozo a que nos ha conducido el procés.