Ya tiene su primer paciente el fondo de rescate del Gobierno, una especie de uci de empresas, creada con una dotación inicial de 10.000 millones de euros. Se trata de Air Europa, propiedad de la familia salmantina Hidalgo, que aterriza de urgencia en el hospital montado por la Moncloa, con unas constantes vitales bajo mínimos.
El presidente Sánchez ha ordenado esta semana que se inyecte al enfermo terminal una transfusión de 475 millones, divididos en dos conceptos: un préstamo ordinario de 235 millones y otro participativo de 240 millones, convertible en acciones.
El nuevo organismo se titula pomposamente Fondo de Apoyo a la Solvencia de Empresas Estratégicas. La propaganda oficial del régimen sanchista asegura que el ingreso de la aerolínea tiene por objetivos apuntalarla, proveerla de recursos suficientes mientras perdure el coronavirus y salvar sus 3.500 puestos de trabajo.
Pero lo cierto es que la compañía se encuentra de facto en situación de quiebra. Su balance presenta un agujero descomunal perforado por el desplome nunca visto del turismo y los viajes. Además, el tráfico celeste no lleva trazas de recuperarse hasta 2024, según las previsiones del sector. Por tanto, las perspectivas de Air Europa son desoladoras.
Su facturación ha caído a una tercera parte de la que venía registrando antes de la pandemia. Y su cuenta de resultados va camino de sumergirse en pérdidas astronómicas. Sólo en el presente ejercicio se estima que los números rojos alcanzarán como mínimo los 600 millones, cifra récord en los anales de la entidad.
A la vez, el endeudamiento ha engordado en los 475 millones del socorro transcrito, más otros 140 millones dispensados por el Instituto de Crédito Oficial en mayo, más los pasivos corrientes que se generan de continuo.
En resumen, los contribuyentes, sean ricos o pobres, han financiado con 615 millones a la sociedad de marras, es decir, a la saga de multimillonarios que controla su capital.
Por cierto, tal dinastía disfruta de un tren de vida propio de los jeques árabes. En una fecha tan cercana como febrero último se repartió un jugoso dividendo de 34 millones. La gratificación pasó directamente a las arcas personales de la opulenta estirpe. Sin embargo, hete aquí que ésta, sólo tres meses después de embolsarse semejante dineral, no tuvo empacho en solicitar los auxilios crematísticos del poder público.
La explosión de la crisis vírica ha pillado a los Hidalgo cuando estaban a punto de soltar un soberbio pelotazo. En efecto, hace un año suscribieron la transferencia de Air Europa a la gran holding IAG, que comprende British Airways, Iberia, Vueling, Air Lingus y Level. El precio acordado se fijó a la sazón en la bagatela de mil millones de euros.
Pero la plaga mortífera ha hecho trizas el pacto. El derrumbe de la industria aérea ha provocado un envilecimiento de la tasación de las firmas del ramo. En consecuencia, IAG no piensa ni por asomo sufragar los mil millones establecidos ni nada parecido.
Por otra parte, es tarea harto compleja determinar un precio equitativo para Air Europa. No sólo ha devenido una máquina de perder dinero a espuertas, sino que, encima, está endeudada hasta las cejas. En todo caso, el petardazo que los Hidalgo estaban a punto de propinar, se ha truncado y convertido en humo.
La incursión del Estado en la tambaleante transportista, de cuyo consejo nombrará dos miembros, reviste características propias de una patada hacia adelante. Es decir, una forma como otra cualquiera de posponer a trancas y barrancas la debacle que la amenaza. De momento, se ha endosado el muerto al erario. O dicho en román paladino, al conjunto de los contribuyentes españoles, paganos forzosos de las desgracias de este y otros innumerables grupos que pronto harán cola para alojarse en la flamante uci.
Es de desear que la operación de salvamento concluya de forma satisfactoria. Pero mucho me temo que acabará como una auténtica merienda de subsaharianos y que la pastizara recién concedida jamás se recobrará.